Un estudiante y agricultor marxista nos suministra este artículo en respuesta a “Voluntariado en la agroecología: una respuesta inconclusa de un agricultor con interés en la relación capital-trabajo” publicado en la revista Momento Crítico. En él se discute una defensa del voluntariado agrícola. Pedro Rivera nos trae una visión desde una perspectiva crítica al voluntariado y un análisis de clases sociales en el tema agroecológico.
Hace unos días salió un artículo titulado “Voluntariado en la agroecología: una respuesta inconclusa de un agricultor con interés en la relación capital-trabajo”, un poco difícil de tragar por su lenguaje, pero interesante a su vez, sobre la discusión que se ha dado últimamente sobre el voluntariado en las fincas agroecológicas. El mismo comienza criticando el voluntariado como mecanismo para perpetuar el neoliberalismo y la precarización del mundo laboral. Hace mención del rol de las ONGs en legitimar esas dinámicas sirviendo de instrumento del capital. Con esas ideas estoy de acuerdo. Luego da un giro inesperado resignificando dicho voluntariado como activismo social. Lo cual me hace preguntarme, ¿de cuando acá el activismo se transformó en desyerbarle la tala de gratis a unx agricultorx para q pueda hacer su siembra de la cual va a generar una ganancia? No sé. Al final se hace unas preguntas, a mi parecer, reflejando la falta de creatividad o de claridad política del movimiento. Voy a tratar de aclarar algunas de sus interrogantes y planteamientos nombrando 3 características de los proyectos “agroecológicos” que entiendo ayudan a perpetuar el sistema capitalista y nos alejan aún más de la tan buscada soberanía alimentaria, y planteando al final unas soluciones al problema. Lo haré tratando de alejarme de academicismos y tecnicismos teóricos que distancian las discusiones de la mayoría.
Para empezar, vamos a establecer de la forma más sencilla posible lo que es la explotación capitalista. Según el marxismo, es cuando unx trabajadorx no recibe el valor del producto de su trabajo mientras que el/la dueñx, coordinadorx o administradorx del medio de producción se apropia de la ganancia del proceso productivo. Esto independientemente de si el/la trabajadorx estuvo de acuerdo, lo disfrutó o aprendió en el proceso; si no recibe el producto de su trabajo y se la queda otrx es explotación. Esa es la base del capitalismo. Aplicado a nuestro caso es cuando el/la dueñx o coordinadorx de la finca recibe ganancias de la venta de cosechas que fueron producidas total o parcialmente con trabajo voluntario no remunerado.
Antes de seguir quiero hacer una aclaración. El voluntariado no está mal en sí mismo y no siempre implica una dinámica de explotación. El propio Che Guevara desarrolló unos programas de voluntariado masivos en Cuba luego de la revolución. La diferencia está en que ese voluntariado trabajaba para construir escuelas e infraestructura para el funcionamiento y desarrollo del país. O sea trabajaba por un fin social. No hacía trabajo voluntario para que luego un particular generara ganancias del producto de ese trabajo. Ahí está la cuestión.
El problema mayor de todo esto no es necesariamente que obtengan ganancias del producto de un trabajo no remunerado. Aunque deberíamos repudiar esa acción desde lo más profundo de nuestro ser. Lo peor de todo es que lo hacen con un discurso progresista de que están construyendo una “nueva economía”, una alternativa al capitalismo, una economía solidaria basada en el apoyo mutuo, o veinte mil adjetivos más para no construir la única verdadera alternativa, el socialismo. Lo que no acaban de entender los paladines del movimiento agroecológico es que la auténtica transformación social no puede basarse en un modelo que reproduce las mismas relaciones de explotación y desigualdad propias del
capitalismo. Muchos de esos proyectos que se presentan como agroecológicos, de economía solidaria o de apoyo mutuo no solo fallan en construir una alternativa real, sino que terminan sirviendo como un mecanismo de reproducción del capital y de legitimación del sistema.
Estos proyectos suelen compartir tres características fundamentales que los alejan de un verdadero proceso revolucionario:
1. Dependencia de subsidios y financiamiento ONGista.
Muchos de estos proyectos dependen de fondos de ONGs o de financiamiento de instituciones privadas para funcionar. Esto los hace vulnerables a los intereses de quienes otorgan esos recursos, lo que significa que, lejos de desafiar las estructuras del capital, deben adaptarse a las exigencias de las ONGs o del mercado. En lugar de fortalecer la autonomía de la clase trabajadora y campesina, estos proyectos terminan subordinados a la lógica de la asistencia y la dependencia institucional, impidiendo el desarrollo de una economía verdaderamente autosuficiente y revolucionaria. Además de que al basarse supuestamente en la autogestión (que tiene sus límites materiales) y con la romantización de que trabajan sin el estado, relegan la responsabilidad del propio estado y la pasan a ONGs que sirven de intermediarias entre las migajas de los millonarios filántropos y los proyectos que pretenden construir la soberanía alimentaria. Esto sustituye la organización y lucha contra el estado por la tierra y los recursos para alimentar al país por mendigar a filántropos las migajas que sueltan para deducir de impuestos o por buena fe.
2. Explotación del trabajo voluntario como mano de obra gratuita
Un rasgo característico de estos proyectos, y el que nos lleva a tener esta discusión, es la utilización del trabajo voluntario para llevar a cabo una parte significativa de la producción, mientras que lxs dueñxs, coordinadorxs o administradorxs reciben ingresos económicos. Esto genera una relación de explotación encubierta, donde el excedente generado por el trabajo gratuito no es socializado, sino apropiado por una minoría dentro del proyecto. Esta práctica no es diferente de la explotación capitalista porque:
• Existe una apropiación de la plusvalía, donde quienes realizan el trabajo no reciben una compensación equivalente a su esfuerzo por considerárseles “no diestrxs”.
• Se normaliza el trabajo gratuito, lo que precariza la organización del trabajo, debilita la lucha por condiciones laborales dignas y desplaza a trabajadorxs de posibles puestos de trabajo.
• Se reproduce una jerarquía donde unos pocos acumulan beneficios mientras otros trabajan sin recibir nada más que “experiencia”, un “sentido de comunidad” o un “aprendizaje”.
En lugar de ser un modelo revolucionario de organización económica, esto no es más que una forma renovada de servidumbre, disfrazada de cooperación, solidaridad y apoyo mutuo.
3. Mercado inaccesible para la clase trabajadora
Otro aspecto problemático de estos proyectos es que, en muchos casos, sus productos se venden a precios que lxs trabajadorxs asalariadxs, específicamente los sectores más empobrecidos, no podemos pagar. Esto significa que la agroecología y la “economía solidaria” dejan de ser una herramienta de emancipación para convertirse en un nicho de mercado para la pequeña burguesía y la clase media alta.
En lugar de proporcionar alimentos accesibles a la población explotada y empobrecida, estos proyectos terminan funcionando dentro de la lógica del capitalismo verde, donde la producción sostenible y la ética ecológica se convierten en marcas de prestigio en lugar de una solución para la soberanía alimentaria del pueblo.
Estos proyectos, lejos de desafiar la estructura del capitalismo, funcionan como válvulas de escape que absorben la energía revolucionaria y la canalizan hacia iniciativas que no alteran el orden existente. Se promueve la ilusión de que están construyendo una economía alternativa dentro del capitalismo, cuando en realidad lo que se hace es perpetuar relaciones de explotación con un discurso progresista.
Una verdadera transformación agroecológica y solidaria debe basarse en la organización autónoma de lxs trabajadorxs, en la propiedad colectiva de los medios de producción y en la distribución equitativa de la riqueza generada. Tiene que basarse en la organización y lucha contra el estado por la tierra y los recursos. No puede depender del financiamiento ONGista ni del trabajo gratuito de quienes producen, mientras una minoría recibe beneficios. Si estos proyectos no rompen con la lógica del capital y con la explotación del trabajo ajeno, no son más que una farsa reformista al servicio de la pequeña burguesía. Una mercantilización de la agroecología al servicio del capital.
Ahora, ¿qué podemos hacer dentro del marco del Puerto Rico del 2025? Podemos hablar de dos propuestas fundamentales:
● Primero, fomentar la formación política agroecológica dirigida a crear un proceso de organización y lucha frontal contra el estado y los ricos por la tierra y los recursos para establecer comunidades agroecológicas. No podemos seguir esperando que una ONG nos regale una finca y los recursos para establecer nuestros pequeños proyectos agroecológicos. Tenemos que formarnos para entender las dinámicas de opresión que operan dentro del modelo colonial/capitalista y adquirir las herramientas para organizarnos y luchar contra el estado y el capital para obtener la tierra y los recursos que nos pertenecen. De esa forma poder establecer comunidades agroecológicas desde donde comenzar a construir la soberanía alimentaria. Para referencia búsquese sobre el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil y la colonia agroecológica 20 de abril de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) en Argentina.
● Segundo, romper con el aislamiento y la atomización de las producciones agrícolas. Si algo he aprendido en mi formación agroecológica, especialmente en Cuba, ha sido la necesidad de organización de las fincas en cooperativas. Hay distintas formas de hacerlo pero la que entiendo debería proliferar es el modelo de cooperativas de
trabajo asociado. Una donde lxs agricultorxs pongan las fincas en manos de las cooperativas, socializando y democratizando el medio de producción. Desde donde se centralice la planificación económica, el procesamiento y la distribución de las cosechas para hacer más eficiente el proceso productivo, abaratar costos y poder proveer las cosechas a un precio accesible a las mayorías mientras quienes producimos recibimos remuneración justa por el trabajo. Para referencia búsquese sobre el funcionamiento de las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) en Cuba.
Hasta aquí llegamos, por ahora. La idea es establecer unos puntos mínimos para aclarar las dudas y confusiones y aportar un granito de arena a la discusión sobre el voluntariado, la agroecología y la lucha por la tierra y la soberanía alimentaria en Puerto Rico. Espero que esto sirva para mantener la discusión viva y continuar construyendo hacia la soberanía alimentaria de la que tanto se habla.
¡Hasta la victoria final!
Nos vemos en la calle y en la tala.