Situación actual de la izquierda puertorriqueña

| Publicado el 9 junio 2017

José Antonio Ramos
Bandera Roja

 Las fuerzas que históricamente asociamos con la izquierda vanguardista – la gente disponible y dispuesta para el enfrentamiento contestatario – incluirían al proletariado con o sin apoyo y/o dirección de sus sindicatos y líderes y a la intelectualidad y/o academia, al socialismo marxista y, en nuestro caso, Puerto Rico, a las fuerzas emancipadoras e independentistas.

Que la izquierda política en Puerto Rico se encuentra en una situación de fractura y estancamiento no es un comentario muy novedoso que digamos. Ante tal realidad y como parte de los esfuerzos para revertirla, han sido muchas y variadas las voces que en los últimos tiempos han clamado por la unidad de la izquierda independentista, por el repunte del ideario libertario y por un reorganizarse para reiniciar el camino que por fin desemboque en la derrota del colonialismo estadounidense en Puerto Rico.

Lo que pretenden es deseable por necesario. Sin embargo, está la chocante sensación de que patinamos, resbalamos y no hay atisbos de arranque. Es inevitable que la situación nos recuerde la metáfora de la machina: por más vueltas y vueltas que dé, sigue en el mismo sitio. Aunque nuestra izquierda ha dado señales de vida (la huelga de la telefónica y la lucha por la salida de la marina de Vieques, la huelga magisterial del 2008 y la oposición al gasoducto) es evidente la debilidad y desorientación.  ¿Qué nos ha pasado en todos estos años? ¿Cómo tenemos, concienzudamente, que bregar para destorcer este entuerto? La realidad, a pesar de sus complicaciones y vericuetos, siempre nos permite algún asidero del cual pegarnos.

Cada uno de esos tres anhelos planteados en el primer párrafo ha tropezado con nuestra trajinante y truculenta realidad. El llamado a la unidad trasluce un gran problema de fondo (claro que también en la superficie) de la izquierda puertorriqueña. Cada vez que se ha intentado concretizar, los sectores que convocan y/o participan resultan ser unos líderes de casi nadie. Es decir, aparecen capitanes independentistas pero sin ejército libertador.  Por aquí empezamos. No se realiza un trabajo educativo- político, de formación consistente y profundo que provea las herramientas y armas necesarias para un proyecto, para un proceso de tal envergadura por los esfuerzos, las contrariedades y el tiempo que conlleva. Simplemente se espera a que el llamado a la dignidad y a la conciencia, a la capacidad de sacrificio se enraícen en unos sectores y fructifiquen por doquier patriotas (concepto de por sí un tanto vano en un contexto como el puertorriqueño en que cualquier hijo de vecino se considera legitimizado para arrogárselo). A eso se debe, en parte, que cada convocatoria por la unidad cuaje en una o dos reuniones y luego el silencio y el aislamiento. Bueno, hasta que vuelve a imponerse, a reinar, a revolcarse la necesidad de que la izquierda se una.  Tendencia, entonces, casi cíclica en las últimas décadas.

El aupamiento y concreción del proyecto de independencia y la reorganización de las fuerzas para lograrla se mueven a trompicones. Por un lado, la inmensa mayoría de la izquierda independentista puertorriqueña espera (de esperanza) que consigamos la libertad política ya sea por conducto de las elecciones cuatrienales o unas plebiscitarias, o ya porque nos sea legada por petición nuestra y/o de gestiones de gobiernos solidarios con nuestra postura. En este punto pareciera que nos han quitado del vocabulario las palabras lucha y revolución. Y con ello todo, todo lo que conllevan y encierran. Es como si la noción de una vida inmersa en la lucha revolucionara sonara absurda, obsoleta, atemporal.

Hay un dejo acomodaticio, de esfuerzo mínimo, pero realmente mínimo de una parte de nuestras huestes independentistas. Y no me refiero a tenerle repelillo a las armas, a la sangre. Es que mostramos consistentemente una antipatía, al parecer muy internalizada, hacia el ABC de la lucha en el plano político, social y económico, como el trabajo de hormiga (ese en pequeña escala pero consistente) con las bases, con la gente que tiene conciencia de lo que ocurre y a la que hay que exponer a esa realidad -intrincada por manipulada, pero asible por algunos resquicios-; se manifiesta una renuencia al proceso de preparación individual y colectiva, con la impostergable e ineludible educación política, que sirva para solidificar el trabajo con esas bases, y propiciar y empujar el encuentro de estas fuerzas en los centros de trabajo y en las calles, en las comunidades y ante los embates al ambiente y a la salud. En otras palabras, llevar a la práctica toda una experiencia organizada de lucha con objetivos claros y precisos, para entonces, conscientes de los atolladeros y golpes que enfrentaremos y adquirir los instrumentos que nos permitan superarlos, mantenernos y seguir.

El procerato sindicalista del país se mueve entre aguas cienagosas.  Sea por inclinación íntima, personalísima, por intereses individualistas o por una concepción errada de su objetivo último. De ahí que debemos articularnos con una postura crítica ante un liderato sindical que por un lado pregona ubicarse entre los sectores de vanguardia, al tiempo que ha rendido beneficios económicos y condiciones de trabajo de sus matrículas a cambio de las cuotas sin preocuparse legítimamente por su gente. Hay sindicatos que mantienen un distanciamiento poco pertinente entre el liderato y los miembros de su organización, que es otra forma de plantear que desconocen la problemática que sufren o que les importa un chavo.

 A los más, en sus planteamientos públicos, los oímos hablar de derechos y atropellos en forma vociferante y amenazadora para luego condescender a aceptar lo que le exija u ordene el patrón, y para colmo de desfachatez, reclamar victorias. En la mayoría, sino todos, su discurso es estrictamente economicista y de servicios mínimos, como pantalla. Peor, los podemos acusar con toda la evidencia del mundo, de cohibir, mejor, de aplastar todo tipo de democracia participativa y decisoria real; que acomodaticiamente propician la privación total de una educación político sindical que prepare a sus miembros y les dé los instrumentos vitales para entender y saber defender tal democracia. Evidentemente esa ignorancia provocada, teñida de mala intención, les conviene mientras persiguen tener a sus matrículas cautivas, desarmadas para todo tipo de defensa colectiva y expectativas de futuro. Lo que no han contemplado, mientras auspician el inmovilismo y la desarticulación de la lucha, es que las circunstancias venideras hagan que esa actitud mezquina e infame le reviente en la cara.

El independentismo, minoritario en comparación con las posiciones capitalistas de populares y estadoístas, menester es repetirlo, se halla fraccionado en diversas tendencias y visiones. Lo que evidentemente es una traba. Nos confrontamos con aquellos independentistas que se consideran dueños y señores del “ideal”, ya que por avatares del destino les ha caído en sus manos la indelegable posesión, aunque no sepan qué hacer, excepto rememorar lo que fue y mascar y rumiar lo que pudo ser y no ha sido. A estos los asociamos con los que persiguen una independencia trasnochada con ribetes nacionalistas, esperando que la musa de la libertad irradie conciencia, dignidad y arrojo sobre el pueblo enajenado. Son los mismos sectores independentistas que no alcanzan conexión alguna con las bases del pueblo, ni realizan trabajos con tendencia política con estas, son los sectores que no encuentran un discurso y las tareas vinculantes con los grupos sobre los que pretenden incidir. Sectores que parecen abrumados por una realidad que dicen comprender pero sin dar con las alternativas que les permitan romper con el predominio capitalista colonial y crear un proyecto sólido, válido, operante. Sectores independentistas realengos sin norte ni apego a organización alguna y, por ende, sin capacidad de organización, a la espera de que algo caiga del cielo o tal vez la llegada de un líder mesiánico que aglutine, dé dirección y alcance a la gran victoria libertaria. Hay sectores independentistas sin una base, sin preparación educativo – política. Son los sectores independentistas temerosos de que la estadidad llegue en cualquier momento, lo que los convierte en muñequitos inflables-inflados con inclinaciones populistas. Y más frustrante aún. Gentes que sí han disfrutado de una formación política que van abandonando trecho a trecho, hasta escocotarse, algunas en el ostracismo y otras en el melonismo. Independentistas que perciben como incapaz (o le han perdido la confianza o que no ven un lazo que los estreche) al repetitivo liderato independentista. Independentistas que se consumen como las velas que encienden.

A la intelectualidad puertorriqueña la encontramos encumbrada en la academia, en sus investigaciones y libros con los que hacen patria, dilucidando nuestra historia, desenrollando nuestros conflictos como pueblo, dispuestos a aclarar nuestras lagunas y vicisitudes sociológicas, políticas, culturales, y, claro, entreteniéndonos.  Nuestras y nuestros intelectuales andan en contacto con la realidad de la gente solo a través de palabras, de obras escritas, muy conscientes de nuestras mayores dolamas pero sin siquiera procurar vías o maneras para ponerle fin. Sumamente complacida con un necesario trabajo intelectual, pero insuficiente para ayudarle a percatarse de que las personas en Puerto Rico no son víctimas de papel o meras construcciones de términos.  Otros han tenido la peculiaridad de llenar relatos y contra relatos con aviesa intención, fragmentadores, estatizantes, retros.

Quiero evitar malos entendidos. El trabajo académico-intelectual es vital en todos los órdenes: social, económico, político, cultural, histórico. Nos ha alertado, nos ha preparado, nos ha nutrido. El dilema no estriba en lo que hacen, sino en lo que no hacen. Es ese estado de auto complacencia y de conciencia clara que les da la satisfacción de estar aportando un granito de arena, cuando el país necesita de ellas y ellos un aluvión.

Los inicios del socialismo en Puerto Rico, entrelazados al sindicalismo, con el siglo 20, aunque para alguien podrían resultar algo tardíos, dieron señales de ser muy promisorios. La efervescencia que acompañó el proceso de conciencia obrera y las ideas socialistas junto a todo un desarrollo de producción escrita política y cultural (cuando no política-cultural) durante las primeras décadas del siglo pasado apuntaban al establecimiento sólido de una mentalidad colectiva y sindicalista, radical y contestataria.

Evidentemente no resultó tan halagüeño: las visiones estaban encontradas entre los socialistas, se dio cierto rechazo por algunos de sus sectores a la independencia, por los antagonismos de clase primordialmente; para otros el estatus del país era una cuestión secundaria; se sufrió la cooptación temprana de algunos líderes; el Partido Socialista cayó en un economicismo ramplón  y la posición conservadora o acomodaticia de otros logró el control sobre sus bases; otros sectores confiaban en que los principios democráticos traídos por los invasores colonialistas bastarían para el establecimiento de una verdadera democracia social; el desempleo, la marginación y el chiripeo aumentaron, lo que provocó una creciente sobrepoblación relativa que a su vez afectó adversamente el proceso de proletarización y con él la conciencia, la capacidad organizativa y la combatividad obrera.  Factores, que entre algunos más, aportaron al debilitamiento y casi desaparición de las fuerzas de avanzada con intenciones y posibilidades de enfrentar la explotación obrera, y por ende, establecer y solidificar el ideario socialista.

El Partido Comunista, que se constituye para 1934, trae aparejado los males que se volverán intrínsecos en muchos países por un socialismo dogmático y controlado por el estalinismo.  Para colmo de calamidades una buena cantidad de sus integrantes se diluirán en el reformismo populista que llevará al poder al Partido Popular Democrático.

Hasta que aparecen las figuras de César Andréu Iglesias y José Luis González, las concepciones socialistas prácticamente dormitaban, de forma muy plácida. El repunte ante ese vacío parecería concretarse con el advenimiento dentro del Movimiento Pro Independencia (MPI) de un discurso más sustancial, radical, y su transformación en el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP); la presencia de una prédica a favor de ‘los de abajo’ como consigna y esencia de las elecciones de 1972 de parte del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y la consiguiente separación de su sector más extremoso y militante el cual asumió un trabajo enfilado hacia el socialismo marxista, en medio de una primera mitad de los 70 repleta de luchas, paros, huelgas y manifestaciones de índole retantes y reivindicativas sumamente fuertes.

El socialismo –marxista por mejor seña para evitar la confusión con alguno reformista, “light” o antirrevolucionario – ha carecido en Puerto Rico, hasta hoy, de una consecuente y consistente tradición y experiencias histórico- revolucionarias. No estamos hablando de una tabla rasa o en blanco, no hemos sido tan ‘dóciles’, ahí está toda esa solidaridad combativa de principios del siglo 20, de finales de los 60 y 70. Ahí estuvieron la mano y la mente instigadoras detrás, y de frente, de la huelga universitaria de 1981, en la lucha contra la explotación minera en los 80, en la oposición a la construcción del gasoducto en la guardarraya de 2010 y fue un sector presente, solidario y confrontativo en la huelga del pueblo y por la salida de la marina norteamericana de Vieques.

No es necesario comparar nuestro devenir histórico con la de otros países para percibir un bache histórico muy claro que ralea nuestro presente hacia el socialismo. El socialismo marxista en Puerto Rico enfrenta una realidad que no nos debe llevar al pesimismo o al fatalismo, pero que no debemos olvidar. Como parte del análisis de su estado actual se echa de menos un bagaje de luchas de clase, de luchas con conciencia de clases que se haya vuelto parte de nuestra existencia y realidad, y que provea un suelo duro, asentado sobre el que seguir montando el proyecto anticapitalista total al que aspiramos las y los socialistas. El hecho de ser una colonia con más de quinientos años y que sectores de vanguardia, que podrían estar inmersos en la consecución de las propuestas socialistas, se mantienen atadas a una prioridad que se ha revelado única – la independencia-, y la falta de esa historia entroncada en las luchas de clase, inciden que no exista aún el fundamento estable, duro que nos permita que la prédica socialista arraigue y se establezca.

La postura revolucionaria no es idealista. No puede serlo. En la medida que estemos dispuestas y dispuestos a la lucha, al enfrentamiento impugnador, a enfrentar las represalias y las pérdidas, a hacernos partícipes de las discusiones y las prácticas políticas, a hacer nuestra, esencial y cabalmente, una verdadera formación política, y evidentemente humanista en pro del ser humano, iremos colmando los vacíos que se han cuajado en mil frentes, ocasiones y oportunidades durante estos años, demasiados.

No sé si debamos enorgullecernos de que nuestro gran logro haya sido mantener vivo el afán, la necesidad y la posibilidad de la independencia. Sé que no es poco, pero tampoco es suficiente. Ya no. No con lo que nos ha costado como pueblo y en miles de individualidades. No con lo que nos viene.

 ¿Qué tan remota o cercana está la gran victoria libertaria? No lo sabemos, pero hay que reconocer que los esfuerzos dados hasta ahora no nos permiten vislumbrarla, por incompletos, por mal fraguados. Es que la base, el fundamento de y por la independencia, de y por el socialismo, no se ha erigido. No adecuadamente, no concretamente, no solidariamente. Tristemente. Tenemos que dejar de errar por los trechos de lo incierto y el aislamiento, la vaguedad y la inconcreción con nuestras actitudes y acciones políticas. A veces somos parte del enemigo.