A fines de la década de 1920 y principios de la de 1930 una voz lleva al nacionalismo a posturas radicales. Por un lado, deja de ver la relación imperio-colonia como un gesto de civilización. Por otro lado, se invierte la jerarquización de las civilizaciones americanas, invierte el espacio anglosajón y el hispanoamericano estableciendo las diferencias que los habita. Además, a la visión imperial sobre Puerto Rico de un conglomerado humano sin identidad, oprimido y explotado por los españoles es enfrentada por la idea de una sociedad material y espiritualmente establecida, que se había realizado como nación.
Un sector radical de la pequeña burguesía y la burguesía nacional toma las riendas de la lucha independentista desde el Partido Nacionalista. A la cabeza del mismo se encuentra Pedro Albizu Campos. Le imprimen una nueva visión radical a la lucha, se plantean la expulsión de los yanquis por cualquier vía, sin descartar la lucha armada. Asumen una actitud de confrontación frente al imperio, y de denuncia activa y constante de las políticas coloniales de Estados Unidos. Nos heredan una ética de lucha inquebrantable. La entrega al ideal, el valor y el sacrificio por la patria son sus cartas de presentación. Enfrentar al imperialismo, cueste lo que cueste, no ceder frente a la presión y el ataque de los yanquis. Nos han legado así, unos gloriosos ejemplos de abnegación y compromiso indestructible con el ideal de lucha por la independencia.
Se da el surgimiento del nacionalismo radical albizuista. Un nacionalismo radical por su inquebrantable voluntad de enfrentar al imperio, por la denuncia del colonialismo y por la diversidad de formas de lucha para enfrentarlo. Pero, a la misma vez de esa radicalidad en sus métodos, estilos de lucha y en la actitud para hacer frente al imperio, por otro lado, social y económicamente se proyecta por ser ilusorio y muy conservador.
Miraba a un pasado de armonía y de la “vieja felicidad colectiva” de la pequeña propiedad y la pequeña hacienda bajo España, como forma de construir una identidad desde la cual hacerle frente al imperio, a la vez que intentaba proyectar la posibilidad de un futuro de país. Veían a Puerto Rico como una nación de propietarios venida a menos por el pillaje y el ultraje del dominio colonial norteamericano. “De ser una nación de propietarios, nos degradaron y nos convirtieron en una masa de peones.” (Pedro Albizus Campos).
La idea de querer hacer ver a Puerto Rico como una nación superior en civilización se le opone al discurso del imperio de reducir a una nada insignificante la colonia recién ocupada y conquistada. Esa proyección de Puerto Rico como una “nación perfecta” se asume en el nacionalismo albizuista como discurso radical contra el discurso colonial degradante. Se afirma un “ellos” frente a un “nosotros” destacando las diferencias de las dos identidades: la puertorriqueña y la anglosajona. De esta manera, al construir una identidad para hacerle frente al imperio, Albizu invierte el discurso imperial representando la barbarie en la dominación colonial, a la vez que visualiza y representa la “luz y la esperanza” en la identidad hispana de la nación puertorriqueña.
“En la fecha de la invasión norteamericana, hace ya treinta y tres años, constituíamos una comunidad fuerte y sana. La riqueza estaba bien dividida. Había trabajo en abundancia. El país producía casi todo lo que necesitaba. No existía deuda pública prácticamente. El gobierno general y los ayuntamientos contaban con sustanciales reservas en metálico para afrontar crisis. Éramos un país rico de hecho y de nombre y era la alegría el patrimonio común de todos los puertorriqueños y de los extranjeros que con nosotros convivían.” (Pedro Albizu Campos, Manifiesto del Partido Nacionalista 1931).
Esa imagen de un país casi idílico donde las diferencias sociales se daban en plena concordia y en el cual los extranjeros convivían en armonía con los puertorriqueños, y todos eran felices, es muy afín con el concepto de nación perfecta de la identidad que Albizu construye sobre Puerto Rico para hacer resistencia al imperio. El albizuismo construye la imagen de un cuerpo social realizado históricamente, armonioso y de firme cohesión sociocultural, lo cual lo convertía en una nación dónde “la alegría era el patrimonio común de todos los puertorriqueños” que nos hacia una patria indivisible.
Proponía un proyecto de nación con una economía capitalista armoniosa, con el dominio de pequeños propietarios, en la cual las diversas clases y tradiciones podían coexistir en plena reconciliación. Para ello era necesario la existencia de un Estado regulador que bajo una forma republicana fuera guardián del bien común, a saber: el estado nación independiente,(José Juan Rodríguez Vázquez). Se pretende proyectar la nación como un ente integrado, homogéneo y unido donde prevalece la alegría que brinda la igualdad y la sana convivencia social, hasta que la invasión norteamericana viene a echar todo por tierra, a intentar destruirla.
El no reconocer las clases sociales con sus diversos intereses, sus contradicciones, antagonismos y luchas, parte de la idea de una nación cuya existencia se da en plena armonía. Esas contradicciones y antagonismos se daban en Estados Unidos o en otros países, pero no en Puerto Rico, pues aquí se podía observar “una homogeneidad entre todos los componentes y un gran sentido social interesado en la recíproca ayuda para la perpetuidad de la nación, esto en un sentido profundamente arraigado y unánime de la patria. Por consiguiente, yuxtaponer en una lucha de clases al hombre que nada posee contra el que tiene dos pesetas era imponer un extraño elemento de discordia que holgaba en nuestro medio.” (Pedro Albizu Campos).
Y aunque la represión del imperialismo y sus alicates locales se volcó contra el nacionalismo, el daño más grave que éste recibe lo produce las reformas y transformaciones económicas, sociales y políticas que implanta en la colonia el capital norteamericano. “La situación que le tocó vivir a Albizu no se caracterizó tan solo por el escaso desarrollo de la clase dirigente criolla que él quiso movilizar en una lucha independentista, sino por algo todavía peor: por la expropiación, la marginación y el descalabro de esa clase a causa de la irrupción del capitalismo imperialista en Puerto Rico.” (José Luis González, País de Cuarto Pisos…). Bajo el capitalismo imperialista no se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de dominio, control e influencia, de los intereses económicos, que el control político que brinda la fuerza de los que participan del reparto o redistribución: la fuerza económica, política, militar, etcétera.
Al destacar a los propietarios de tierra como el elemento constitutivo de la nación, el nacionalismo albizuista se identifica con un sector minoritario, decreciente y en retirada histórica en la sociedad. Simplificaba la compleja relación social que venía desarrollándose con las transformaciones que la implantación de capital norteamericano producía en el país.
No veían la posibilidad de que con la implantación del capitalismo en la “relación degradante de la colonia” se pudieran producir cambios significativamente positivos para las grandes mayorías sociales empobrecidas. No era de extrañar que tal incomprensión de los cambios que venían operándose en la colonia los marginaran más de los diversos grupos sociales y amplios sectores que nunca tuvieron posesión de tierras y otros que habían perdido todo contacto con la tenencia de la tierra.
Intentan vender la idea de la “nación puertorriqueña como un ente unido, cohesionado, en felicidad y armonía”, para contraponerlo “la orgía bárbara de los Estados Unidos”, (Pedro Albizu Campos). La presencia norteamericana la ven como una amenaza a esa armonía y felicidad soñada de un pasado imaginado, trasladado a un presente incierto y proyectado como posible futuro, (José Juan Rodríguez Vázquez, El sueño que no cesa). Y los trabajadores que pueden ser pobres, oprimidos y explotados, pero eso sí, brutos, tontos o bobos no son, se dan cuenta del sueño de verano que el nacionalismo albizuista pretendía venderle.
En la incomprensión de la realidad que se vivía y en la postura conservadora, (casi reaccionaria, diría yo), de proyectar un pasado armonioso de la pequeña propiedad y abogar por un capitalismo en paz y reconciliación, se puede entender el que se hagan señalamientos en el sentido de que: “Debe surgir de nuevo la legión de propietarios que teníamos en 1898” … “Donde quiera que haya un puertorriqueño con tierras propias habrá un baluarte de resistencia contra la invasión”. (Pedro Albizu Campos).
En cuanto a sus propuestas, los nacionalistas, además de proyectarlas al afirmar la mirada al pasado, el pequeño productor, a la pequeña hacienda como afirmación de un posible futuro armonioso, también asume la lucha por el idioma, la cultura, la identidad, la religión católica, la hispanidad y sus simbologías representativas. Esto le costó el no poder contar con el concurso de los trabajadores y las masas empobrecidas de la ciudad y el campo para su lucha y proyecto de independencia.
“El nacionalismo radical albizuista es un discurso utópico que aspira a la reconciliación futura de la nación como un todo racional integrado donde sus diversos sectores convivan armoniosamente. Está aspiración a la armonía futura se plantea como una posibilidad que nace de la toma de consciencia de un tiempo originario de felicidad colectiva. Para sostener la posibilidad de un futuro perfecto es necesario afirmar la existencia previa de un pasado perfecto. La utopía se liga aquí al mito porque sólo es posible presentar un proyecto “convincente” si el mismo se sostiene como posibilidad de recuperación de algo ya acontecido. De aquí que la utopía como “futuro posible” se plantea como la imagen de un retorno que es el reencuentro con las fuerzas originarias fundacionales de la nacionalidad. Racionalista y moderno, el nacionalismo radical albizuista hace uso del mito paradisíaco no para proponer el retorno a viejas formas de sociedad sino para asegurar la posibilidad de una modernidad reconciliadora.” (José Juan Rodríguez Vázquez, El sueño que no cesa).
Para el nacionalismo albizuista, las divisiones en el mundo de armonía que propone eran forzadas por fuerzas extrañas y ajenas a los puertorriqueños, o por grupos de interés preocupados por sí mismos. Así también, la política y los partidos, esos grupos de interés e individuos sin escrúpulos, intentaban fragmentar lo que no era posible dividir, y tenían que ser rechazados. La práctica ejemplar de los patriotas, con su disposición al sacrificio redentor es un punto de apoyo y afirmación de la indivisibilidad de la patria.
A los trabajadores y masas empobrecidas esto no le resulta de su interés, no le es atractivo. Ya habían vivido el infierno de los pequeños hacendados bajo el colonialismo español. Y anhelaban un futuro que les brindara oportunidades y “progreso”. Todavía veían en los Estados Unidos la posibilidad de una mejor vida. Además, que el albizuismo no logra captar que con los cambios que venían operándose, las clases trabajadoras venían a ocupar un rol de mayor peso en la sociedad, tanto por su crecimiento numérico como por su posicionamiento en el proceso productivo. Las propuestas nacionalistas no apelan, ni atraen a los trabajadores. De esta manera el nacionalismo va quedando aislado de las grandes mayorías sociales y sus necesidades.
Se atravesaba un periodo que requería una lectura clara del momento que se vivía. La realidad de la sociedad en la colonia va moviéndose de manera tal que había modificado las contradicciones y la composición misma del tejido social. Así, se fueron regenerando situaciones que abren espacio a reformas y transformaciones del régimen colonial. Se debía mirar a la metrópolis no como un todo unido, sino como un cuerpo social desgajado por las contradicciones de sus diversas clases e intereses encontrados. O sea, conformado por contradicciones inherentes a la división de las clases y sectores sociales que la integran.
“Ese nacionalismo de muchos intelectuales puertorriqueños que Antonio S. Pedreira llamó “insularismo”, tiene, desde luego, su explicación histórica (que el mismo Pedreira no alcanzó a discernir cabalmente). Es, como todo nacionalismo, un nacionalismo de clase: en este caso, la burguesía criolla que en 1896 pactó con la metrópoli española una autonomía más simbólica que real, pero que a partir de 1898 empezó a verse desplazada como clase dirigente en la sociedad puertorriqueña por la irrupción del capitalismo imperialista norteamericano y sus concomitancias sociales y políticas. La resistencia que esa clase opuso al nuevo amo colonial se manifestó culturalmente en una idealización del pasado que acabo por orillarla a un conservadurismo incapaz de entender, y en consecuencia de juzgar, las transformaciones operadas en su sociedad a lo largo de tres cuartos de siglo. La expresión política de esa resistencia -el independentismo puertorriqueño del siglo XX, cuya ideología conservadora lo diferencia radicalmente del separatismo progresista del XIX- ha adolecido de la misma incapacidad de comprensión de la realidad nacional. Portavoz ideológico de una clase social en retirada histórica, ese independentismo no ha podido conquistar el apoyo de masas necesario para librar una lucha anticolonial eficaz.” (José Luis González, El escritor en el exilio).
Mientras nuestra burguesía nacional y sectores radicalizados de la pequeña burguesía y su expresión política, el nacionalismo, se entretenía hablando de idioma, cultura, patria, banderas, la raza, escudo, identidad hispana, religiosidad católica, y símbolos patrios, etcétera, los anexionistas organizaban al movimiento obrero y trabajador bajo las banderas de la anexión y el anarco-sindicalismo.
El liderato nacionalista preso; grave crisis económica; un gobierno liberal reformista en la metrópoli; promesas de transformaciones radicales en sintonía con el capitalismo reformista liberal y su estado benefactor, atrajeron a las grandes mayorías sociales bajo su sombra. Éstas pensaban en la realización de sus deseos y aspiraciones de una mejor vida en una sociedad donde se le garantizarán sus derechos y las reivindicaciones que proponían y por las cuales llevaban años luchando.
Una nueva clase obrera surge de este proceso. Clase obrera nueva que lo es por su relación con los medios de producción, pero a la vez por lo rápido de las transformaciones y la cercanía del campo y la ciudad, está clase obrera sigue pensando como campesina. Sus formas de vida, sus hábitos, sus costumbres y su cultura siguen siendo campesinas. Puerto Rico llega y va atravesando la modernidad capitalista de una manera tan rápida que parece no haber vivido tal modernidad.
No vivió el proceso de transformación psicológico y cultural que suele traer consigo está modernidad en relación a la superación de las costumbres y la mentalidad del pasado precapitalista, campesino o feudal. He aquí una de las causa que explica, junto a otros factores, la baja conciencia de clase y el rezago ideológico que permite una mayor manipulación de la clase obrera por los partidos de la burguesía.
El proyecto burgués de independencia capitalista y su constitución en estado nación independiente había fracasado y sigue fracasando sin apoyo de masas. Entra en crisis política y queda estancado. Y aquellos, la burguesía nacional y la pequeña burguesía radicalizada, no saben, ni se dan por enterados del porqué de tal fracaso. Entonces, sectores de la pequeña burguesía radicalizada, formados mayormente por intelectuales, estudiantes universitarios, pequeños empresarios y pequeños comerciantes, busca desde fines de la década de 1950 y principios de la década de 1960, las razones de la crisis del independentismo.
Esa crisis era una de clase y de desfase de su proyecto económico, político, y de su correspondiente ideología. La pequeña burguesía se da cuenta de la imposibilidad de que los reductos de la débil burguesía nacional pueda dirigir la lucha por la independencia. Entonces, ésta pequeña burguesía radicalizada desplaza a la burguesía nacional en la dirección de esa lucha. Con nuevos bríos, entusiasmo, dedicación y determinación asumen la “nueva lucha” por la independencia.
Intentan un resurgir de la ética de compromiso, lucha y sacrificio del nacionalismo albizuista. Pero en realidad se trataba de respiración artificial tardía. Tanta entrega, sacrificio y amor patrio no era suficiente. Lo que éste sector de la pequeña burguesía radicalizada intentaba dar a la causa de independencia no tomaba en cuenta que la misma padecía de un mal de fondo.
El independentismo tradicional, incluyendo sectores de la izquierda, asume y pretende explicar la merma en apoyo y que la crisis del movimiento independentista se debe a la represión de los años 50-60 del siglo XX. Le achacan la culpa de la crisis política en que vive eternamente sumergidos a razones externas al mismo, represión, conspiraciones del enemigo para dividirnos y debilitarnos, etcétera. No miran las causas internas que dan lugar a la crisis política. No intentan comprender el efecto concreto que sobre las propuestas del nacionalismo y el independentismo han tenido las transformaciones operadas en la cocina debido a la implantación del capitalismo imperialista aquí.
Las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que sufre el país a partir de 1940, para ese independentismo tradicional es como si no se hubieran dado. Y es que no comprenden la nueva modernidad, un nuevo desarrollo dentro de la modernidad capitalista que se venía implantando desde la invasión gringa. Entre diversas razones, esos nuevos desarrollos son la causa mayor de la disminución del independentismo. Se trata de la hegemonía político-ideológica-económica del imperialismo, (con Luis Muñoz Marín y el Partido Popular como pantalla de proyección), es ahí, y no solo en la represión, donde hay que buscar las causas principales de la bancarrota del independentismo y el fracaso de sus propuestas de república capitalista.
Los diversos sectores de esa pequeña burguesía radicalizada no lograron comprender que su propuesta de constituirse en estado nación independiente ya no tenía razón de ser. Las buenas y hasta las mejores intenciones, (y hubo muchas y consistentes muestras de sacrificio), no bastaban para detener el rumbo hacia el ocaso total del proyecto de independencia nacional de la burguesía, ni mucho menos para revivirlo, pues ya estaba muerto. Aunque cambien el sujeto luchador, intentando incorporar a las masas trabajadoras y empobrecidas a su proyecto político, se seguía defendiendo un proyecto económico, social y político que ya no era viable, pues ya había sido implantado por la intervención gringa en el país sin alterar significativamente la relación de dominio colonial. Llegó tarde el intento de salvación nacional de la pequeña burguesía radicalizada. ¡Descanse en paz!
Los sectores radicalizados de la pequeña burguesía parece no haberse dado cuenta del significado y el impacto político de esas transformaciones para sus aspiraciones de constituir su estado nación independiente. En estas circunstancias, y con una burguesía nacional y su proyecto político heridos de muerte es que sectores de la pequeña burguesía radicalizada asumen la bandera y dirección de la lucha pro independencia.
“Había que desarrollar un proceso de ruptura ideológica con el nacionalismo. Que el nacionalismo, lejos de ser una herramienta adecuada para impulsar la independencia y el socialismo en Puerto Rico, era una retranca. El independentismo no había hecho esa ruptura, particularmente con la ideología más conservadora del independentismo puertorriqueño, que había sido el albizuismo. Y nosotros nos convencimos de que un proyecto socialista no podía tener como base el albizuismo, ni el nacionalismo. Tenía que tener como base el internacionalismo proletario, y como base la más amplia democracia. Una ideología socialista basada en que los trabajadores son los que tienen que gobernar el país. Que no se trata de una independencia por el mero hecho de que Puerto Rico sea un país libre, sino, que la independencia tenía que tener un contenido social. Y ese contenido social de la independencia era el socialismo.” (Luis Ángel Torres Torres, Entrevista Documental Dialogando Sobre Independentismos).