| Publicado el 5 diciembre 2002
Danny Rivera
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Colaboración
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Suenan tambores de guerra, hasta los sordos pueden sentir las vibraciones que se filtran por el suelo y el espacio. El panorama que nos presentan las imágenes de los medios de comunicación es complicado. Y nada halagador florece en este campo minado de «expertos» en comunicación, en terrorismo, en desarme, en Política humana. Detrás, al frente y a los lados de este convulsivo centro de mentes políticas estamos las víctimas, esperando que esas mentes «ilustres», aprieten el botón del castigo en contra de un enemigo no apto para compartir la indigna gloria del poder absoluto del verdugo. Sólo él y nadie más posee la licencia para matar, o reivindicar a los que caigan de rodillas pidiendo clemencia frente al magno ego de gobernante. Los demás, somos muchos victimarios inocentes clamando desde un templo y una idea que no ofenda ni contradiga la ideología del acusador, que ya a estas horas está con su aliado ofreciendo el nuevo y sagrado grial, lleno del negro líquido divino con el que se embriagarán para celebrar la victoria en contra del desobediente forajido. Frente a las pantallas y en los periódicos estamos leyendo las señales.
Nosotros los hijos, los nietos, los padres, las madres de los victimarios, los herederos de las cenizas, nos quedaremos con el premio de los escombros.
Y ellos, con la misma gracia y desatino de quienes enloquecen sin saberlo, reabrirán los mercados mundiales de divisa y cambio y ofrecerán a los pocos pobres que están vivos luego del desastre, unas dádivas, préstamos a corto y largo plazo, para que reaviven y renueven sus pases y la economía devastados por la demencia. Y, como si está fuera poco, la posguerra y su «bondad» lanzará un maná de alimento desde las naves victoriosas del verdugo, para que abajo lo recojan las víctimas hambrientas, como regalo bélico a cambio de los tiros amistosos que mataron víctimas inocentes. El sacrificio inevitable que deben aceptar los demás para lograr un Planeta lleno de «democracia» y de paz obligada por la guerra.
Los satélites ya afinaron las señales para transmitir en vivo, a cada rincón de la tierra, la ejecución. A la audiencia, la tendrán nerviosa en espera del anunció inesperado del comienzo del primer capítulo. Lo que no intuye el televidente es que probablemente cada observador a distancia tarde o temprano, es y será una presa fácil de cazar o castigar. Lo que no entiende el observador es que nos están mostrando por televisión nuestra propia destrucción. Veremos cómo transcurre este drama de acción e intriga, a la manera de Hollywood, como si lo estuviéramos observando desde otro lugar del Planeta, lejos de las fiestas de nuestro vecindario. La tecnóloga de la guerra nos matará sin nosotros advertirlo siquiera, pero, por supuesto, yo vivo aquí en el Caribe-Occidente y eso está pasando en Oriente. La emoción que ha producido el conflicto es tan grande que ya la mayoría de nosotros olvidó que todos los seres humanos somos del mismo barro y de un mismo Corazón. Los tambores de guerra ensordecen la sensibilidad de millones de personas, desconectan el cordón umbilical del sentimiento espiritual y prenden el «microchip» de la inconciencia, para ver los fuegos no artificiales de la guerra desde el teatro hogareño, convertido en bunker del observador y guerrero virtual que va en busca del malo y del enemigo señalado por la propaganda de la guerra en la televisión.
Mientras todo está sucede yo me aferro más a la poesía, a la buena lectura que nos dejaron mentes como Walt Whitman, Emerson, Julia de Burgos, o rastreo la comprensión de Confucio y el Tao. Me sumerjo dentro de Cristo, de Buda y los imagino meditando u orando, intercambiando Templos y filosofías, con sonrisas de niños puros. Escucho extasiado la música de los coros célticos, ritmos y melodías africanas y me muevo al son de Bob Marley.
Sueño con una bella mujer que baila la música árabe que tanto me apasiona y canto a coro con John Lennon: «Imagine that the people living for the day and give a chance to peace.»