| Publicado el 3 diciembre 2014
El gobernador mintió de nuevo. Dijo tener 26 votos y le tomó dos días conseguirlos. Intentó amenazar al pueblo, pero no se atrevió a cumplir la amenaza. Pero esas fueron mentiras aburridas. Interesante es que todo lo que dijo, en su conjunto, lejos de ser mera falsedad, fueron mentiras que se revelan como la única verdad que produce nuestra sociedad. El mensaje entero es otra mentira, pero interesante. Todas las justificaciones irracionales para el alza al arbitrio al petróleo, la supuesta reforma contributiva y la amenaza del cierre del transporte público emergen ante nosotros de entre la neblina del día a día como manifestaciones del avance de una vorágine de crisis que no sólo parece no tener solución, sino que en todo rigor (capitalista-colonial) no la tiene.
El caso de la “crudita” pone de relieve la regresión del estado capitalista en Puerto Rico a una faceta de mero gánster. Como el clásico mafioso que “ofrece” protección de sus propias amenazas a cambio de un “modesto” pago, el gobierno de Puerto Rico chantajea al país entero. En esta ocasión el gobernador intenta tomar de rehén al área metropolitana entera, así como a los residentes de las islas municipio. Pero, ¿no debió la venta del aeropuerto haber resuelto esto? No hagamos preguntas impropias. Para salvarnos de la debacle provocada por el propio gobierno sólo nos dan una alternativa: sumirnos en la debacle provocada por el propio gobierno.
En situaciones de profunda crisis estructural, es difícil que se dé un derrumbe por meras razones económicas. Antes de llegar al punto culminante y el desmoronamiento, la crisis simplemente se mueve de foco. El impuesto al crudo, y el subsiguiente alza en la gasolina, es un cambio de lugar específico del punto crítico. La situación actual se da a partir de un desplazamiento del problema crítico: de la deuda de las agencias de gobierno, o sea de los pagos a los bonistas, se pasa a una nueva crisis en las operaciones diarias.
Pero al moverse la crisis de un lado a otro tarde o temprano incesantemente habrá que preguntarse pronto, ¿qué quedará por someter a la crisis? ¿Los municipios? Si se “solucionara” el problema del transporte colectivo, o la educación, municipalizándolo sólo se le daría unos meses más antes de encontrarse con otra quiebra; la crisis se mueve. ¿Hacienda? Si se reforma el sistema contributivo para eliminar el impuesto sobre ingresos a la mayoría e imponer el IVA, se mueve la crisis un poquito, pero se sienta la base, a través de la inflación y la entrega de la capacidad estatal de cobrar impuestos directos, para una fase más aguda de la quiebra gubernamental y económica, incrementando la desposesión y el empobrecimiento generalizado. Vamos a toda prisa desde las alturas del problema financiero abstracto a lo concreto de la finanza cotidiana del gobierno, pero también del pueblo.
La cadena comienza siempre con el problema de la deuda, pero las consecuencias hacen la crisis bajar del Olimpo de la teoría fiscal y personificarse en las calles. El gobierno ve una nueva oportunidad: la reducción en el costo del crudo, pero ¿cómo se puede confiar que se mantendrá? En lo que sí se puede confiar es en que el impuesto será perpetuo: esa es la verdadera oportunidad. Pero las oportunidades de extraer algo, lo que se pueda, para satisfacer la sed de sangre de los bonistas se encuentran reducidas cada día más gracias el problema fundamental, que ningún político reconoce: se intenta extraer de donde no hay nada. La economía, capitalista, de Puerto Rico vive algo más que una crisis. Se encuentra sumida en una tendencia agonizante de la que sólo podría “salir” violentamente.
Por otro lado, el mensaje del gobernador se instala cómodamente en la ya normal identificación de las finanzas estatales con la economía del país. ¿En base a qué teoría económica se puede sostener esto? No es precisamente un planteamiento neoliberal en el sentido de que identifica la economía con el estado, una blasfemia para el dogma neoliberal. Aunque sí lo es en el sentido de que supedita toda lógica estatal a la del mercado, específicamente el financiero. Ni tan siquiera los fisiócratas del siglo dieciocho–en tiempos de la monarquía absolutista europea y cuando el estado no sólo se identificaba con el “reino” sino que se veía unificado en una sola persona–hubieran planteado esta burda identificación de un problema de contabilidad estatal (la “salud fiscal” del país, o sea tener más recaudos que gastos y deudas) con el proceso económico “orgánico”.
Francamente, sólo desde un punto de vista incipientemente totalitario se puede sostener dicha identificación fatal. En Luis Fortuño esta visión obtuvo su expresión más descarada, con la aplicación de la Ley 7 y la cruzada por “salvar el crédito”. En el discurso específico de AGP–que debemos analizar a partir de sus propias palabras como las dice, no a partir de algún significado “esencial” que les damos antes de ser pronunciadas–la justificación no es, como en tiempos de Luis Fortuño, solamente que salud fiscal es igual a salud económica. Su mensaje más reciente fue sobre todo un discursillo nacionalista. Culminó hablando de reconstrucción y salvación nacional. Esta aspiración a proyectarse como salvador del pueblo delata una diferencia que ha caracterizado al gobierno del PPD desde que le ganó a Fortuño: todo su andamiaje discursivo se basa en presentarse como reconstructores, como salvadores. ¿Pero quién les cree esa mentira a estas alturas?
El fracaso de ese discurso nacionalista, que es un fracaso rotundo y se extiende a la “izquierda”, y la, por ahora, indiscutible derrota electoral que va a sufrir el PPD en las próximas elecciones–que será victoria del PNP de no surgir una alternativa de oposición real que rompa el esquema imperante y quiebre la prisión electoral–aseguran que de aquí en adelante la separación entre la realidad nacional y el discurso de los políticos va a incrementar geométricamente. En el futuro cercano, sus mentiras no sólo serán mentiras, sino delirios cada vez más apartados de cualquier vestigio de relación con la realidad. La irracionalidad es la tendencia imperante y nada en lo absoluto, dentro de la lógica de este sistema caduco, la puede cambiar.