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BREL1| Publicado el 15 noviembre 2015
Los ataques realizados recientemente en París y Beirut fueron ejecutados por el Estado Islámico (conocido como “ISIS” por sus siglas en inglés), una facción armada del Islam político integrista (o “fundamentalista”, en el sentido que interpreta literalmente los textos sagrados del Islam) desciende de la red Al Qaeda (a la cual han desplazado y marginado significativamente). Originado en la ciudad de Mosul, Iraq, ISIS ha logrado expandir y consolidar el territorio bajo su control hasta partes de Siria central, lo cual es una diferencia clave con Al-Qaeda, el cual nunca aspiró a controlar territorio. Por el contrario, ISIS ha declarado ser la reencarnación del Califato Musulmán, estado que dominó todo el territorio desde la Península Ibérica hasta Asia Central en su punto de mayor extensión, en el siglo 8, y que existió hasta la desintegración del Imperio Otomano y el establecimiento de la República de Turquía tras la Primera Guerra Mundial. Ello enmarcado en una visión apocalíptica, la cual no dista mucho de ciertos grupos fundamentalistas cristianos en los EE.UU.
ISIS es una manifestación de las tendencias más reaccionarias y expansionistas del Islam, que se nutre de dos fuentes de reclutamiento. Por un lado, una versión musulmana del mismo tipo de enajenación y angustia de clase media que impulsa las matanzas en masa (por gente predominantemente blanca y cristiana) en los EE.UU., que se fermenta en los barrios suburbanos de inmigrantes en europa, donde además los jóvenes musulmanes se sienten rechazados y excluidos por su raza/etnia y religión. Por otro lado, de los reclamos legítimos de la juventud en el llamado Medio Oriente, una región desangrada por la guerra interminable, ante la ausencia de una izquierda secular. Todos los ingredientes en este caldo de cultivo son resultado directo de más de un siglo de intervención imperial directa, por Francia y Gran Bretaña (quienes se dividieron los despojos del antiguo Imperio Otomano: hoy Irak, Siria, el Líbano, Jordania, Palestina/Israel y partes de Arabia Saudita), los EE.UU., y ahora también Rusia.
Como resultado, existe una enorme laguna en cuanto al conocimiento y compromiso real con el Islam, entre los líderes de ISIS y sus seguidores, en su inmensa mayoría jóvenes que han crecido, o en los infiernos del Irak post-invasión/ocupación y la Siria de la Guerra Civil, o la enajenación y exclusión racista del Londres y Paris post-colonial. Ésta es simultáneamente la fuerza de ISIS y su gran debilidad: ya que saben muy poco de su religión profesada, estos jóvenes pueden ser «convertidos» fácilmente a sus versiones más extremas y fundamentalistas. A la vez, las acciones de ISIS en sí mismas están polarizando el mundo islámico. En la medida en que las visiones más progresistas y moderadas del Islam puedan consolidarse, habrá un punto tras el cual se hará cada vez más difícil a ISIS reclutar nuevos conversos sin «suavizar» su propio discurso (y su apocalipticismo impide esto, lo cual provocará fraccionamiento). A su vez, en gran medida, ello dependerá de cuánto y cuán bien fuera del Islam sea derrotada la islamofobia, que instiga las acciones y actitudes que empujan a cada vez más jóvenes musulmanes a los brazos de ISIS. ISIS sabe esto, y sus ataques contra «Occidente» en gran medida están calculados para provocar el mayor nivel de odio y exclusión de las y los musulmanes posible. Ello también significa que mientras más acorralado e irrelevante se haga el liderato del EI, más zarpazos dará, lo cual complicará las posibilidades de combatir la islamofobia.
El hecho de que el estado francés y buena parte del público francés, con la complicidad de los medios internacionales, están desesperadamente intentando culpar a las y los refugiados sirios (precisamente las víctimas reales del barbarismo de día a día de ISIS), y a la vez ha jurado intensificar su intervencionismo militar directo en la región (sin duda adelantando intereses geoestratégicos y capitalistas que nada tienen que ver con ISIS, de la misma manera en que el gobierno de George W. Bush utilizó a los ataques del 11-S como pretexto para la ya planificada invasión de Irak) refleja que en cierta medida ya ISIS logró su cometido. Podemos esperar en los próximos días y semanas un recrudecimiento de los ataques racistas contra los inmigrantes, musulmanes o no, o que “parezcan” árabes (como ha sido el caso de los Sikhs de la India por su uso del turbante) en todas las sociedades occidentales.
La realidad es que el Islam es un producto histórico e internamente contradictorio, como cualquier otra religión u ideología. De la misma manera, las cruzadas y el genocidio de las Américas se llevaron a cabo en nombre del cristianismo, las purgas y los gulags estalinistas se hicieron en nombre del socialismo y a diario se invade y bombardea en nombre de la democracia y los derechos humanos. La inmensa mayoría de las y los musulmanes no profesan ni practican la lectura integrista y apocalíptica del Corán que venden grupos como ISIS (y en menor medida Al Qaeda), ni aceptan su particular aplicación de la violencia (de la misma manera, la inmensa mayoría de las y los cristianos no creen en defender el apartheid israelí con la intención de provocar un apocalipsis nuclear, pero algunos con mucho poder sí lo hacen). También es cierto que solo las y los musulmanes pueden detener a ISIS, marginando y haciendo irrelevante su prédica de odio, pero falta mucho trabajo por hacer para que las corrientes más progresistas salgan adelante en esa comunidad. Tendrán la posibilidad de hacerlo, por frágil y estrecha que sea, en la en la medida en que en las sociedades no islámicas, y sobre todo los sectores “progresistas”, logremos derrotar la islamofobia en nuestras propias filas.
La alternativa, es el auto-cumplimiento de la profecía de todos los fundamentalismos que anhelan acelerar el fin de los tiempos humanos. Solo un movimiento mundial de solidaridad que ponga a las personas antes que las ganancias, los credos y las fronteras puede poner fin al barbarismo del cual ISIS es tan solo la más reciente encarnación, así como los barbarismos que sembraron sus semillas en primer lugar. Hoy más que nunca, las palabras de Rosa Luxemburgo retumban con urgencia ensordecedora: Socialismo (y no el de Stalin, ni el de Hollande) o Barbarie.