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BREL 7| Publicado el 22 septiembre 2003
Lun, 2003-09-22 20:00
Una de las características de los independentistas que amigos y enemigos siempre han admirado, es la constancia en la defensa, contra viento y marea, de sus ideales. Durante años ser independentista ha sido ejemplo de “valor y sacrificio.” Sin embargo, esa visión ha empezado a cambiar negativamente. Un amplio sector del liderato independentista del país ha comenzado a patinar y no parece querer detenerse; parafraseando a Albizu Campos, posiblemente no pare hasta escocotarse.
No menos que eso atisbamos peligrosamente cuando leemos la hemorragia de artículos sobre la llamada Asamblea Constituyente o de Pueblo que se publican semana tras semana en el Periódico Claridad. Aparentemente, el objetivo de los independentistas ya no es lograr la independencia, ahora, según los portavoces de la Constituyente, el objetivo es establecer un bendito mecanismo procesal para resolver “el problema del status.” Pero si esa concepción leguleya es mala, peor es poner los huevos en la canasta, colonial y oportunista, de los populares.
Si para desgracia nuestra los populares y los penepés le hicieran caso a los propulsores de la Constituyente y pusieran en práctica ese mecanismo ¿qué beneficio obtendría la lucha por la independencia? ¿Cómo se adelantaría aunque fuese una independencia de factura neocolonial? Veamos.
Con a penas un 5% de los votos los independentistas no tenemos nada que buscar en una Asamblea Constituyente donde los populares y estadistas tienen el 95% de los votos. Descartando una alianza con el PNP, en una Constituyente podría pasar, principalmente, solo una cosa: que los independentistas le presten sus votos a los populares para “culminar el ELA”. Conociendo al liderato popular lo que podría salir de ahí no pasaría de ser un ELA con algunos poderes ficticios, una colonia perfumada bajo el nombre de “libre asociación”. Suponiendo que el gobierno de Estados Unidos le haga algún caso a ese proyecto, ¿vale la pena abandonar la independencia para lograr eso?
Sin embargo, el problema es mayor: esa estrategia no es otra cosa que la consagración del melonismo. Ya no se trata meramente de que unos miles de independentistas, por miedo a la estadidad, voten por el Partido Popular en unas elecciones para evitar que gane el PNP, ahora se trata de pedirle a todos los independentistas que apoyen a los populares para perfumar la colonia.
Pero como al que no quiere caldo le dan tres tazas, para lograr esa rendición hay que rogarle al líder popular de turno que los deje montar en el carrito de la entrega. Por eso vemos a connotados lideres independentistas, pipiolos, hostosianos, no afiliados y melones en general, pidiéndole, nada más que a esos pichones del colonialismo criollo como son Sila y Aníbal, que convoquen la Constituyente y hasta le dan consejos que ellos no han pedido.
Esa genuflexión ideológica tiene una explicación clasista vinculada a la profunda crisis que padece, hace muchos años, la lucha por la independencia. A pesar del triunfo de Vieques y otros factores positivos, la verdad es que esta lucha está dura y difícil y todas las organizaciones independentistas, sin distinción, están en franco deterioro político. Los abogados, médicos e ingenieros independentistas, cuyos problemas existenciales están resueltos y que hace tiempo perdieron la fe en un pueblo que se niega a rebelarse como esperaban, sienten que la patria se les va a escapar de las manos si no hacen algo ahora mismo. Por eso piensan que el camino mas expedito para “romper el impasse del status” es el abrazo a la Constituyente melonista.
El planteamiento abogadil de la Constituyente parte de la premisa de que el llamado problema del status está más allá de la existencia de las clases sociales. Que basta con que unos portavoces ilustrados de los tres partidos se pongan de acuerdo, discutan sosegada y civilizadamente, y le sometan una propuesta al gobierno de Estados Unidos, para que los problemas principales del país se resuelvan. Tal parece que el desempleo, la explotación, el narcotráfico, la falta de vivienda, la crisis social capitalista, no tienen nada que ver con la existencia de ricos y pobres ni con la dominación imperialista yanqui en Puerto Rico. Creerse que la lucha de clases que raja a este país en cantos se puede atender con mecanismos legales coloniales es el regreso a la ingenua teoría de que el problema colonial en Puerto Rico se resolvió en el 52.