La revelación del chatbot ChatGPT en noviembre de 2022 llamó la atención de los medios corporativos y ha traído a la discusión pública los aspectos morales y éticos de la Inteligencia Artificial. Además de los sueños utópicos y distópicos de las posibilidades de una sociedad asistida o controlada, respectivamente, por la Inteligencia Artificial surge la pregunta de cuál será el efecto directo de la implementación de esta tecnología en el mundo laboral. ¿Viene la inteligencia artificial a ayudarnos o a desplazarnos? ¿Nos quedaremos todos sin trabajo? Son estas algunas de las preguntas más comunes al considerar las ramificaciones de este desarrollo tecnológico.
Será que yo soy un pesimista, a veces tengo que insistir que soy realista, pero mucho del hype (bombo publicitario en español incomprensible) no es otra cosa que mercadeo para promover estas compañías ante los inversionistas. Es común en el mundo de las empresas de alta tecnología la estrategia de negocios que en Bayamón le llaman “mete las cabras hasta que te cojan” (fake-it-till-you-make-it) para lograr los niveles de financiamiento astronómicos que requieren.
Si quieren evidencia, solo tienen que buscar los fracasos de Elon Musk como por ejemplo los retrasos en la salida del Cybertruck, el cohete explotao de SpaceX, junto con las 17 muertes y 736 choques del autodenominado piloto automático de Tesla. Nos podemos ir un poco más atrás y unirnos a las fiebres al recordar a Elizabeth Holmes con el escándalo de la compañía de biotecnología Theranos, o tal vez recordar los eventos donde Bill Gates o Steve Jobs presentaron productos sin terminar, plagados de errores. El evento más trágico de este fenómeno lo tuvimos esta semana con el submarino de Ocean Gate que fue criticado por expertos al no pasar por el proceso de validación necesario para un producto de esa envergadura.
En el caso de la Inteligencia Artificial tenemos que llamar la atención ante el trabajo mal remunerado del que se nutre esta plataforma. Sin duda los programadores y desarrolladores de esta plataforma han logrado un manejo impresionante del entendimiento sintáctico y gramatical de las expresiones de entrada y salida. Sin embargo, el contenido del que se alimentan los modelos y algoritmos de esta y empresas similares depende de trabajadores invisibles en África, América Latina y otras regiones quienes interpretan, etiquetan y procesan la data cruda para facilitar el procesamiento de la maquiladora de datos. Una vez etiquetada y clasificada el conjunto de datos, lo demás es entrenar modelos que luego la máquina los aplica ciegamente.
La pregunta “¿qué es inteligencia artificial?” es difícil porque ni siquiera podemos definir la inteligencia humana. De acuerdo con Russell y Norvig (2021, Artificial Intelligence, a Modern Approach. Pearson) la disciplina se sirve de la psicología en la búsqueda de entender los procesos de pensamiento que llevan a los comportamientos humanos. Por otra parte, el acercamiento racionalista requiere de ingeniería y matemáticas para establecer procesos estadísticos, de teoría de controles y hasta de economía. Añadimos a esto el aspecto histórico y sociológico de los medios de producción: lo que parece inteligencia artificial hoy, podría ser una simple herramienta mañana. Muy pocas personas hoy le llamarían inteligente a una puerta automática o a un elevador; sin embargo, estas mercancías impresionaron a sus primeros usuarios.
La llegada de la Inteligencia Artificial al mundo del trabajo no es, tampoco, un evento nuevo. La automatización, mecanización y deshumanización de la producción es una característica inherente al capitalismo. El desplazamiento de grandes masas de trabajadorxs producto de la mecanización es tan viejo como el trapiche. Nos dice Ernest Mandel en su Tratado de Economía Política:
“El desempleo de una masa de obreros que no encuentran trabajo debido a la competencia de las máquinas, se convierte en una institución permanente del modo de producción capitalista.” (Tomo I, p. 129)
Añade Mandel que la mecanización total dentro del capitalismo es un sinsentido, puesto que la producción de mercancías depende por un lado del trabajo humano para la producción de valor, y por el otro del consumo humano para la realización del plusvalor. En ese sentido la mecanización incrementa la capacidad productiva, pero esto no se convierte en un mayor reparto de estas mercancías sino en una intensificación de la extracción de plusvalía. Al final los trabajos humanos, sean pocos o muchos, serán los que garantizarán la reproducción del capital.
El final de la guerra fría y la intensificación del neoliberalismo ha traído consigo una tendencia a la privatización del desarrollo tecnológico. Esta privatización se une a la especulación capitalista por lograr los mayores avances en el menor plazo de tiempo posible, lo que impone un ritmo de desarrollo artificial y forzado que no va acorde con la realidad.
Lo que antes eran campos de investigación restringidos a agencias gubernamentales aeroespaciales o con potencial militar, que a su vez podían o no subcontratar empresas privadas, producía un desarrollo mediado por el proceso de revisión de pares. Allí, donde el estado requería celeridad, se invertía más recursos económicos y humanos como en la carrera espacial o el desarrollo del internet. Algunas empresas con capacidades financieras exorbitantes invirtieron intensamente en el desarrollo de tecnologías a futuro. Estas inversiones en ocasiones tardaron décadas en convertirse en productos. Ese proceso no estuvo exento de sus errores y catástrofes, pero el aprendizaje y el ambiente de revisión de pares nos legó los principales avances tecnológicos que tenemos hoy.
El ritmo artificial que impone el neoliberalismo en su más reciente etapa contamina también el desarrollo de las ciencias básicas. Hasta las ferias científicas escolares parecen episodios de Shark Tank, en las cuales se espera que las investigaciones estudiantiles produzcan mercancías en vez de fomentar el desarrollo lento pero metódico que requiere la ciencia. Ante esta realidad, es importante que seamos conscientes del rol que juega el mercadeo y la venta de utopías tecnológicas con que nos bombardean a diario en las redes de consumo.