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BREL1| Publicado el 6 septiembre 2006
Ya se ha discutido y denunciado bastante el carácter represivo de los sucesos del 21 de agosto de 2009 en la Avenida Universidad. Sin embargo, me parece imperativo discutir con más profundidad, un análisis moral, económico y cultural en torno a las agresiones sistemáticas en contra de la juventud y los espacios de “jangueo”.
En primer lugar, sabemos que el alcalde de San Juan, Jorge Santini, no es la persona más indicada para estar criticando la “bebelata” de la juventud. El rumor sobre sus vicios por encima del bigote y su gusto por la bebida llega hasta los lugares más remotos y lejanos de la isla. No es congruente que una persona como esta, pretenda cargar ahora una espada en forma de cruz para esgrimirla contra la muchachería pecaminosa e inmoral. Esta campaña tipo cruzada religiosa, solo tiene sentido para ese sector de supersticiosos y supersticiosas que claman que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina.
Lamentablemente, este sector fundamentalista, posee un poder político inmenso en nuestro país. Si el lector o lectora de estas líneas duda lo que se acaba de plantear, piensen por qué siempre hay un peo a la hora de hablar del código civil y del derecho de las parejas gay a contraer matrimonio. También piensen por qué es una gran controversia el asunto de la legalidad y accesibilidad del aborto. Muchas de estas iglesias fundamentalistas pagan miles y miles de dólares para las campañas políticas en proceso de elecciones. A muchos de sus líderes religiosos se les ve apoyando, caminando, montados en las caravanas de los partidos, en los mensajes, en las aperturas y cierres de campaña y la lista sigue. Cada vez que da la peste a recalcitrantes que se oponen a derechos humanos que debieran ser considerados como fundamentales, es porque estos sectores ultraconservadores están reclamando el cumplimiento de las promesas de campaña que les hicieron sus amigotes, los candidatos. Lamentablemente, gracias a Dios y a sus súbditos más recalcitrantes, conservadores y fundamentalistas, la iglesia y el estado siguen bien juntitas.
Si Santini no tiene la fuerza moral para criticar a la muchachería, y Luis Fortuño nos manda a beber a los hoteles después de la media noche, ¿a quién le preocupa que la muchedumbre ande por caminos pecaminosos que solo conducen a las calderas del infierno? La respuesta es obvia: al fundamentalismo religioso.
Además de existir un notable discrimen moralista por parte de unos sectores de la sociedad, existe otro foco de discrimen que se manifiesta en este asunto de “la guerra contra el jangueo”. Tildar este asunto de una mera “guerra contra el jangueo” es un síntoma de un análisis simplista de la realidad en que vivimos. Resulta curioso que la prohibición de venta de bebidas alcohólicas, embriagantes y que conducen a los instintos animales más bajos de la impureza humana, (es cinismo por si acaso) no aplica a los hoteles. En los hoteles podemos ser tan puercos y asquerosos como el mismísimo Lucifer, siempre y cuando tengamos el dinero para hacerlo. Y vamos llegando al ajo del asunto. Los jangueos en la Avenida Universidad y otras aéreas de Rio Piedras, las aéreas circundantes al Recinto Universitario de Mayagüez (RUM – se abrevia como ron en ingles) la Calle San Sebastián, entre otras, se han convertido en espacios de jangueo donde no hay que pagar cientos de dólares pa’ coger una buena nota y estar “chillin”. Las Medallas están a peso, los tragos a $3 y de vez en cuando pasa un títere ofreciéndote pasto, palis o perico.
En estos espacios de jangueo, aunque el lucro principal va para las compañías que producen las bebidas, en su mayoría extranjeras, existe un gran número de intermediarios que se lucran de la venta directa de dichas bebidas. Estos intermediarios son pequeños comerciantes que montan una barra porque ese negocio les da pa’ vivir, y quizás para un poquito más. Siempre hay sus pequeños imperios como el Ocho de blanco. Sin embargo, al lado del Caribe Hilton, del Normandy o del Mariott, pequeños imperios como el Ocho (con toda la carga peyorativa que puede tener la palabra imperio) siguen siendo pequeños comercios.
Esta es la economía que Fortuño pretende destruir. Cuando el gobe nos manda a beber a los hoteles después de la media noche y luego le tira la policía a la juventud congregada en la Avenida Universidad, y luego en el “Yellowpass” en Mayagüez, está demostrando que pretende destruir el comercio del alcohol a pequeña y mediana escala. La mayoría de nosotros y nosotras no tenemos la capacidad de irnos a beber a un hotel en Condado o Isla Verde. Sin embargo, el gobierno sabe que la juventud que viene de los sectores pudientes de este país prefiere beber barato y entre sus pares, antes de meterse en un palacio de viejos y turistas donde las cervezas de lata cuestan $5 o más. El gobierno prefiere destruir uno de los pocos espacios de entretenimiento que tiene la juventud, para entregarle un pastel de ganancias a la industria hotelera. La razón es sencilla: el dinero de las barras se queda en Puerto Rico y el dinero de los hoteles se dispara hacia el mercado mundial.
¿Alguien dijo neo-liberalismo?
Por último pero no menos importante, es necesario atender un asunto que raya en el mercado que existe alrededor de la producción y consumo de cultura. En algo los centinelas de la burguesía tienen razón. Existe un problema profundo de alcoholismo que tiene serias repercusiones sobre las relaciones sociales. Lo que no dicen estos monigotes es que este problema social se encrudece gracias a la intervención del mercado y las compañías productoras de alcohol. No podemos olvidar que “el que sabe, sabe” y que “esto es Puerto Rico”. Tampoco podemos olvidar que “baja suave” y que “esta es la única que te avisa cuando está fría y ready pa’l verano”. La publicidad se ha encargado de mantener el consumo de alcohol como uno constante, convirtiéndolo en una necesidad imperativa de la recreación. (Si nos adentramos en cómo esta publicidad convierte a la mujer en un artículo de consumo comparable a la lata de cerveza, hacemos un libro. Aun así, es necesario mencionar este aspecto de la publicidad en el análisis, puesto que el problema es mucho más serio, más profundo y más complejo de lo que parece.) Si existen culpables del problema de alcoholismo en el mundo, estos son el mercado del alcohol y el gobierno que permite que dicho mercado vaya por la libre.
Lamentablemente existe una contradicción cuando evaluamos la producción cultural en Puerto Rico. ¿Cuándo fue la última vez que el Instituto de Cultura trajo a los Fabulosos Cadillac? Los trajo la Coors-Light hace unos cuantos meses atrás. El Instituto de Cultura no tiene un proyecto dirigido a satisfacer los intereses actuales de la juventud. Dejan en manos de las licorerías y cervecerías la producción de eventos dirigidos hacia las jóvenes. Hoy podemos decir que la Coors-Light, la Medalla y el Don Q son el Instituto de Cultura.
Aun así el gobierno tiene la desfachatez de criminalizar nuestras formas de entretenimiento, y lanzar manadas de leones hambrientos en nuestros espacios recreativos para imponer sus criterios absurdos, fundamentalistas y facistoides. Los jóvenes y las jóvenes no tenemos la culpa de que no exista una buena oferta cultural independiente de las bebidas alcohólicas. Al contrario, hemos sido víctimas de unas políticas que promueven, no solo el consumo desmedido de alcohol para generarle abundantes ganancias a las licorerías, cervecerías, etc., también promueven unas visiones distorsionadas de lo que deben ser las relaciones humanas, al convertir a la mujer en un producto de consumo y convertir al alcohol en el eje del entretenimiento.