Ponerle fin al bipartidismo es uno de esos temas que de momento se impone y se lleva de un lado a otro sin descanso. A pesar de que el sentir generalizado en el país es que cada administración es peor que la anterior, se nos imponen el PPD y el PNP. Los dos erráticos partidos nos mantienen cautivas y cautivos en medio del juego sádico de tener que elegir entre dos males, el menor. Como si hubiera realmente una diferencia sustancial y de fondo entre ambos. Los auspiciadores y pregoneros del bipartidismo se mueven entre el deseo, el oportunismo y la distracción. Entre los que desean hacer desaparecer el bipartidismo se incluyen a los partidos marginales, a los sectores que ven con buenos ojos y corazón rebosante el fin del binomio PPD-PNP, y el inicio de otro binomio que los pueda incluir. Se aprovechan del tema (como de otros temas) aquellos que saben que es otra manera de alejar de la discusión, permanente y seria, la problemática que incide irremediable y categóricamente en nuestra cotidianidad: el coloniaje y el capitalismo.
Es bueno recordar que la perdurabilidad del bipartidismo en Puerto Rico se sostiene por el mecanismo electoral que convierte en ganador al partido que obtiene la mayoría de votos, aunque el conjunto de sus adversarios haya obtenido una mayor cantidad. En otras palabras, el partido que le corresponde administrar y los funcionarios electos que nos representan, pueden tener un respaldo minoritario en comparación con sus oponentes. Así ha sido en diez de las trece elecciones que se han efectuado en Puerto Rico desde que principió el bipartidismo PNPPD en 1968. Como ejemplo (elocuente y cercano), en las elecciones de 2016, Ricardo Rosselló y el PNP llegaron al gobierno, para este cuatrienio sin consuelo, con alrededor de un 42% del voto favorable, por tanto, tuvieron un rechazo del 58% del electorado. (Sin contar con la abstención, que tácitamente manifiesta un repudio también al vencedor).
Este factor de la mayoría simple hace prácticamente inamovible el bipartidismo, pues establecido este, los terceros partidos enfrentan el desgano de quienes puedan simpatizar con sus posturas, pero consideren ‘no botar el voto’ por un inevitable perdedor. Lo que nos lleva, nuevamente, con el voto de castigo o por seleccionar al menos malo, a quedarnos en el lodazal PNP-PPD.
El bipartidismo se sostiene gracias a la estructura electoral legal establecida. Una alternativa que se ha mencionado, como respuesta para romper esta encerrona, sería el mecanismo de la segunda ronda, que obligue al partido vencedor a obtener más del 50% de los votos (con la posibilidad de lograr darle a ciertas figuras, hoy marginales, poder de regateo y alianzas). Paso que evidentemente el PNP y el PPD no darán.
El PIP Y el MVC ante el bipartidismo
En otro extremo, en el caso de prevalecer uno de estos partidos emergentes lo que haría es sustituir al que mayor decaimiento sufra, sin que por eso se acabe con el bipartidismo. ¿Ese nuevo partido contendiente podría significar un cambio verdadero? Al menos entre los partidos minoritarios que participan en las elecciones de 2020, no. Sin poner énfasis en mencionar sus escasas posibilidades, el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC) afrontan situaciones y problemas de otra índole.
Ambos partidos presentan en sus programas unas posturas que repudian el neoliberalismo y buscan revertir sus defectos y efectos, en lo que difieren del PPD-PNP. Y esa es la actitud correcta para con el país.
El PIP es anticolonial y antiimperialista (además de otros haberes de importancia). Pero su liderato ha mostrado, histórica y consistentemente, una renuencia en utilizar sus recursos humanos para, con un trabajo directo, arduo y constante, llegar, tocar y afectar positivamente a sindicatos, comunidades, movimientos progresistas, en fin, a la gente. (El PIP cuenta con una estructura de base política que incluye miembros en todo el país con disponibilidad para hacer partícipe al pueblo de su programa y proyecto político, para aclarar dudas, mitigar el miedo al independentismo y acercarnos a la independencia. Nada más hay que ver cómo se lanzan a conseguir las firmas para reinscribir al partido luego de las elecciones).
El MVC, por su parte, le ha presentado al pueblo su Agenda Urgente y sus Principios Éticos como base de su visión y proyecto políticos para buscar resolver los males sociales, económicos y políticos del país. El MVC rechaza así las privatizaciones, apoya la educación pública y una reforma profunda del Departamento de Educación, defiende e impulsa un proyecto de perspectiva de género y ataca con énfasis la corrupción, entre otras propuestas y alternativas que van a contrapelo de lo que ha sido la historia del PPD y el PNP en el poder.
Sin embargo, estas buenas intenciones del MVC podrían llevar al empedrado camino del infierno. La falta de homogeneidad en lo ideológico y la diversidad de intereses entre sus filas (que el MVC reclama como una de sus grandes fortalezas) nos hacen dudar de cuál de los grupos que lo componen (izquierda, centro, derecha, o socialistas, independentistas, estadistas, o cualesquiera otros sellos) prevalecerá al momento de decidir.
Cómo evitar cuestionarnos si la decisión de renunciar al financiamiento público para la campaña electoral llevaría al MVC por la ruta del favoritismo, la corrupción y los contratos, poco o nada provechosos para la gente, que se vinculan históricamente con el financiamiento privado de las campañas. O, ante la promesa de defender y fortalecer la escuela pública, qué postura asumirán los miembros del MVC que han sido asociados a las privatizaciones en el Departamento de Educación y las escuelas chárter. Esos espacios de ambigüedad y contradicción, como los alegatos del liderato del partido a favor de Alexandra Lúgaro, su candidata a la gobernación, causan recelos ante las acusaciones de xenofobia, racismo y de ser anti obrera. Pues, ¿no actúan así en el PNP-PPD?
Interesantemente, el PIP y el MVC comparten en sus programas de gobierno muchos aspectos que serían favorables para el país si se concretaran. De igual forma se les hace la crítica de ser partidos controlados por un puñado de líderes, sin democracia participativa que permita la discusión de aspectos que les son pertinentes a, y la integración de, aquellos sectores a los que esperan y quieren apelar. (Uno más que el otro, pero ahí vamos).
El bipartidismo es un dilema adicional en un sistema ya venido a menos por el corroimiento de la plasta colonial, la corrupción propia del capitalismo y resquebrajado por el estancamiento en sus ofrecimientos y cambios reales.
En otras palabras, el bipartidismo mueve a tratar de entenderlo, para que al fin nos percatemos de que en este momento es un señuelo más.