Con el Proyecto de Ley para la Autodeterminación de Puerto Rico de 2021 (otro más), de las congresistas Nidia Velázquez y Alexandria Ocasio-Cortez en el Congreso de Estados Unidos (EU), en Puerto Rico se vuelven a agitar las aguas, por ahora turbias, de un posible proceso de descolonización. Frente a otras iniciativas o propuestas anteriores para resolver el asunto con referéndum o plebiscitos, cada partido político asume sus tradicionales posturas con las que hasta ahora no han resuelto nada. Pero a pesar de la mal intencionada actitud, la responsabilidad primordial no recae en los partidos políticos del país. A base de mollero y malicia el gobierno de Estados Unidos ha logrado mantener a Puerto Rico bajo su dominio colonial por más de 120 años, a pesar de las diversas luchas y esfuerzos legítimos por acabar con el coloniaje a lo largo de estas décadas.
EU ha moldeado cada circunstancia en estos años de imperialismo a favor de sus intereses económicos, militares y políticos. Nos permitieron la oportunidad de escoger legisladores puertorriqueños, que no decidían prácticamente nada fundamental para el bienestar y desarrollo del país, con la ley Foraker en 1900. Imponen, pero como si otorgaran, la ciudadanía estadounidense en 1917 para enlistar obligatoriamente a los puertorriqueños en la primera guerra mundial.
Luego se inventan el artilugio del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952 para engatusar al pueblo con que había llegado el fin del colonialismo en Puerto Rico. La colonia, con ese ropaje raído, le brindó al gobierno y al Congreso estadounidenses la oportunidad descarada de plantear que el estatus de la isla lo había resuelto su propia gente, con votaciones que legitimaron el ELA. Con esa burla se sacaron de encima, más o menos, la consistente acusación internacional de ser un imperio colonizador. Así, además, pueden argumentar que es un asunto interno. No es que la situación colonial de Puerto Rico sea el gran problema para EU, tienen muchos y peores, pero no deja de ser uno más con el que se tienen que enfrentar.
Como ejemplo más reciente de su prepotencia imperialista aprueban en 2016 la ley PROMESA para cobrarle al pueblo una deuda inmensa, con la incertidumbre para el país de su verdadero monto y legalidad. (Deuda que en realidad le corresponde pagar a EU como país interventor y colonialista.) Esto con el decidido empeño de indigestar con miles de millones de dólares a los acreedores todopoderosos (y de paso defender los intereses económicos del capital interno) a costa del bienestar de una ciudadanía ya vulnerada por el neoliberalismo de ahora y el capitalismo de siempre.
Sea de forma abierta y brutal o de forma sutil y disimulada, el gobierno estadounidense y su congreso se las han apañado para contrarrestar en estos 123 años todas las iniciativas y expresiones serias, las manifestaciones y luchas que pudieron desembocar en vías válidas de descolonización e independencia. A veces pretenden que olvidemos que han sido las y los integrantes de sectores y movimientos independentistas y contestatarios quienes han sido vigilados, perseguidos, reprimidos, encarcelados y asesinados por las fuerzas represivas de los gobiernos de EU y Puerto Rico (colaboracionista y servil) a través de más de un siglo tras la invasión. Ni a los autonomistas ni a los estadistas, colonialistas todos estos. No es por casualidad. Solo el ideal del independentismo en Puerto Rico ha resultado en un riesgo y peligro para los intereses económicos y geopolíticos de EU.
A partir de la década de 1930 con los proyectos de Tydings y de Marcantonio, hasta ahora, y con la alucinación de los llamados plebiscitos, referéndum o proyectos de estatus (ninguno vinculante al Congreso), han conseguido distraer, enredar y dividir al pueblo sobre el tema del estatus. Hayan sido por iniciativas puertorriqueñas o del gobierno norteamericano, estas farsas, pantomimas o embelecos (la que prefiera) han logrado su cometido: hacernos creer que esa es la vía adecuada y única, mientras se nos mantiene estancados en la charca innoble y mezquina de la colonia.
Es que cada vez que se inicia la discusión para buscar resolver el estatus, sea con una intención genuina o por meras apariencias, sabemos de gente que crea expectativas con la posibilidad del fin del coloniaje. Otras personas, por su parte, tienen pleno conocimiento de los factores que inciden para que nuevamente no pase nada. La turba política del país, y la otra, se arrogan, con carácter de exclusividad, el derecho de ventear para un lado y otro el dilema de la colonia. Una y otra vez la bandada de políticos se arropa con los banderines descoloridos de sus ideales (económicos, evidentemente), y lo echan todo a perder de forma deliberada.
En cada ocasión que se abre el debate sobre el tema de que vivimos sometidas y sometidos al coloniaje la situación no avanza, pues aquí (otro supuesto) no acabamos de ponernos de acuerdo. Con el estribillo de que en Puerto Rico no sabemos qué queremos, el Congreso, el gobierno y el capital estadounidenses encubren su primordial objetivo: mantener inamovible la colonia.
Pero si es de esperar la desarticulación de los esfuerzos por acabar con el coloniaje en Puerto Rico de parte de las huestes estadounidenses y de la claque política que defiende al Estado Libre Asociado (PPD), podría parecer extraña la misma actitud en el sector político que promulga la estadidad, el Partido Nuevo Progresista (PNP). El grupo estadista que controla la estructura política de este partido, y que entretiene a sus incautos seguidores con el sueño de la tierra prometida de la estadidad, lo que ha hecho es lucrarse prolijamente con el ELA (Ángel Cintrón, Edwin Mundo, Elías Sánchez, Carlos Pesquera, entre los más conocidos).
Las campañas y propuestas de los penepés por alcanzar la estadidad son un mero simulacro inconsecuente. Se aprovechan del ELA y lo sostienen con marrullerías tanto o más que los mismos personeros del PPD. El PNP no ha denunciado, retado o enfrentado la Ley PROMESA (muestra fiel del colonialismo ultrajante) en tribunales, frente al Congreso y tampoco, ni pensarlo, en las calles, con el objetivo de encaminar y establecer esfuerzos verdaderos por la estadidad. Al contrario, lo que han hecho es uno que otro pataleo para disimular, pero se han sometido a sus determinaciones obedientemente y con ello al colonialismo que dicen combatir y del que tanto se han servido. Todo, simplemente, por puro y profundo sentido práctico de la codicia, hija venerada del capitalismo.
El PNP y el PPD son parte del engranaje que permite y facilita la perdurabilidad de la colonia. Cumplen muy bien su función de mantener la pataleta del estatus siempre vigente, pero nunca encaminado a su solución. Entre populares y penepés se prestan para darse entre sí reventones contra la lona y picada de ojos, lanzarse desde las cuerdas y otros golpes sin fin legales e ilegales (pero inmorales siempre) mientras se turnan la faja de campeones. Sobre este complejo pero inaplazable tema producen puro entretenimiento. Producen espectáculos, y como todo espectáculo adecuado al sistema y estado vigentes: vano e insustancial.
A este tajo la subsistencia del coloniaje en Puerto Rico luce imperturbable. Sabemos que no será a través del esfuerzo encomiable de la clase política puertorriqueña ni por la filantrópica intención del gobierno norteamericano que daremos los pasos de avance necesarios en pos de acabar con la colonia. ¿Para qué mover los muebles de la sala, si así están bien para quienes organizan el baile?
Como ante la mayoría de las problemáticas del país, debemos ser los militantes anticoloniales, antimachistas y antirracistas, los movimientos y grupos socialistas e independentistas progresistas (en su sentido sin adulterar) los que demos los pasos, las alertas y voces que aviven y apremien a otros segmentos del país a tomar en sus manos la solución del estatus. Hay que aprovechar cada instancia en que se proponga o se traiga el asunto al escarceo público (cuando no, provocarlo) para que reclamemos el verdadero final del coloniaje imperialista estadounidense.
Los sectores independentistas mantenemos constantemente en nuestro discurso y exigencias la de alcanzar la libertad plena y total. Tenemos que mover en la misma dirección a los sectores disgustados o realengos, a los conscientes pero indecisos o inmóviles, y a los ajenos, molestos y que repudian al PPD y al PNP. (Debemos enderezar de su entuerto el discurso de los populares de que nos olvidemos del estatus mientras haya tantos problemas por resolver en el país.) Aunque la independencia no sea el remedio inmediato para todos los males sociales, económicos y políticos que nos agobian, nos permitiría como pueblo con capacidad de autodeterminación, realmente libre y soberano (no la soberanía colonial que defendió Muñoz Marín) encaminar de forma propia, planificada y organizada muchos procesos que son vitales para el desarrollo y bienestar de cualquier país.
Tenemos que ser la voz dura y decididora cuando se plantee la discusión para resolver nuestro estatus colonial. Quitarles del manoseo al que someten cualquier esfuerzo anticolonial los populares y los penepés. Tienen que ser la voz y el accionar del pueblo las que clamen y exijan la descolonización. Tenemos que hacer pertinente la lucha por ser un país independiente y la obtención de logros esenciales para hoy y para mañana que nos permitan desarrollar un país mejor, considerablemente mejor.
Porque la lucha por la descolonización, independencia y autodeterminación de Puerto Rico debe estar entrelazada estrechamente con la salida de la Junta de Control Fiscal con todo y ley PROMESA; con la consecución de una sociedad no machista, ni patriarcal ni racista; con la anulación de la deuda; con el rechazo de los altísimos niveles de corrupción impune con la que se revisten los funcionarios del gobierno y sus allegados; con el rescate y la estabilidad de la UPR; con el fin de las privatizaciones y la recuperación de nuestros bienes públicos ofrendados al capital (salud, aeropuerto, autopistas, áreas de Educación, AEE).
Nuestra lucha por la descolonización e independencia debe estar acompañada de la planificación e instauración de una economía que no dependa principalmente de subsidios y ayudas a compañías extranjeras; con una capacidad estructural sólida para proveer trabajos dignos y bien remunerados; con una agricultura ecosistémica que nos permita el sostenimiento alimenticio; con la generación de energía renovable y limpia; para proteger y no dejar en manos de especuladores extranjeros o propios nuestras playas y recursos naturales; con la defensa de un ambiente sano en el que crezcamos y nos movamos; de presentar y hacer valer leyes que favorezcan a la mayoría de la ciudadanía y no a los sectores que se acomodan y se aprovechan del estado.
Tenemos que establecer las bases para que se deseen y se exijan los reclamos que vayan a la par con la búsqueda inequívoca del fin de la colonia y la independencia, para un Puerto Rico distinto, con una propuesta transformadora de existencia y convivencia, de presente y futuro para la mayoría de nuestra gente.