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BREL6| Publicado el 22 octubre 2010
El reciente mega-operativo del FBI (Negociado de Falacias e Inquisiciones) donde arrestaron a 133 personas, la mayoría policías, acusadas de actos de corrupción, es el más grande montaje publicitario en la historia del colonialismo estadounidense en Puerto Rico. La prensa nacional, que los esbirros llaman local, la de Estados Unidos y la internacional, destacaron a enormes titulares el festín contra la corrupción policiaca, sin dejar de señalar el rudo golpe contra el ya desvencijado prestigio de la uniformada boricua.
A fuerza de ver los árboles no alcanzan a ver el bosque. ¡Qué mucho policía delincuente hay en esta pequeña ínsula del Caribe! Los chicos de sangre azul, tanto de la esteroidependiente Fuerza de Choque como del CIC o la policía regular, tiñeron de estiércol el uniforme y el código de “servir y proteger” que juraron cumplir en la Academia, a riesgo de vida y hacienda. Daban protección a narcotraficantes como el que cruza a un grupo de estudiantes en la calle frente a una escuela elemental. A sueldo por supuesto. Custodiaban reuniones para evitar que cogieran a los narcos mientras realizaban sus transacciones de drogas. ¿Quién los iba a coger si los guardias estaban de su lado vigilando?
En el momento oportuno los sedujo la insidia y el hosco gusano del lucro personal; un poquito pa’ ti, un poquito pa’ mí. Cuando cogían un cargamento de drogas, entregaban una parte y se embolsicaban la otra, eso sí, asegurando una equitativa distribución de la riqueza, perdón del material, incautado entre los participantes del delito. El “güitimitad” era sazonado con otro juramento de “nadie sabe, nadie supo”, hasta que los cogieron in fraganti y le pisaron las gónadas. El negocio era tan lucrativo que, dicen los que los conocieron, que varios de los encubiertos o confidentes que fueron asignados a vigilar e informar sobre sus descarriados colegas, cuando vieron la Jauja, empezaron a jugar para los dos equipos. Esos también, como no vestían uniforme, defecaron sobre la maltrecha dignidad de la uniformada.
El negocio “descubierto” por el “esbiai” era como el carrito de piraguas; traigo de todos los sabores. Guisaban guardias rasos, sargentos, tenientes y por supuesto, capitanes y coroneles, pero a estos últimos no los cogieron. El rango y las conexiones los protegieron. Alega el pliego acusatorio que a muchos le grabaron hasta sus más íntimas y vergonzantes miserias laborales y personales, haciendo esto y diciendo lo otro, cosas que aquí no podemos repetir, incluyendo admisiones de que habían “dado de baja” a varios criminales. O sea que al excremento que ha maculado el uniforme del benemérito cuerpo de la policía insular, hay que añadirle la sangre derramada a borbotones por aquellos que, embriagados por el dinero sucio y apestoso, descendieron a las alcantarillas del bajo mundo, que vive por todo lo alto.
La corrupción policiaca no es un fenómeno aislado de la profunda crisis económica, política e ideológica que vive el país. Es uno de sus resultados más notorios. La corrupción, típica de todos los regímenes capitalistas basados en la explotación de las mayorías trabajadoras por una minoría que acapara la riqueza social, en Puerto Rico asume caracteres alarmantes. “No robes que el gobierno no quiere competencia” es el santo y seña del curso oficial de la corrupción, dirigida desde las mismas entrañas del Estado. “Los Empresarios con Rosselló”, “Se buscan 100 millonarios” de Fortuño, como antes “Los Amigos de Aníbal”, entre otros, son reflejo del pitcher y cátcher de la corruptela y el favoritismo a los grandes donantes de fondos de campaña que anidan en las altas esferas del gobierno. La corrupción o el uso o desvió de los fondos públicos hacia el enriquecimiento privado se ha institucionalizado. Para todos los efectos prácticos es una política pública del Estado. Si el gobierno roba y la impunidad se convierte en la orden del día, muy mal se puede combatir la corrupción. Si los pillos grandes roban no pueden evitar que los chiquitos sigan su ejemplo. ¡A guisar se ha dicho!
Desde los sesamentos más recónditos del Estado se promueve una filosofía de vida y trabajo que valora principalmente el éxito como producto del enriquecimiento. Las personas no deben trabajar para ser mejores seres humanos que aporten a la sociedad, por el contrario, deben esforzarse para lograr beneficios materiales y mientras más dinero tengan más exitosas serán. Ese es el mensaje, ¡cógelo o déjalo! La cosificación de las relaciones humanas como si fueran una mercancía más donde todo tiene su precio y todo se vende para obtener una ganancia, es una tendencia inmanente al régimen capitalista de producción que tiene un tremendo impacto sobre la sociedad en su conjunto. La propaganda y la publicidad apabullantes a través de los medios de comunicación, elevan la condición económica, la riqueza y el lujo, la vida fácil, como valores sociales fundamentales como si estuvieran al alcance de cualquier pendejo. En esa orgía de lograr el éxito y la buena vida a cualquier precio, los valores de dignidad, solidaridad, hospitalidad, respeto a las diferencias, etc., naufragan y a duras penas se mantienen a flote. Predomina el más fuerte, el sálvese el que pueda, el más jaiba; la ley de hierro de la jungla de hormigón mercantilista.
A cualquier precio es a cualquier precio. Trazado el modelo, todo el que pueda morder un pedazo del pastel de la riqueza o al menos de las migajas, tratará de hacerlo. Los policías que se hunden en la corrupción y se convierten en facsímiles razonables de los delincuentes que juraron combatir, también son víctimas de un sistema que glorifica la mercancía y esputa sobre la dignidad. Echarle toda la culpa a estos y darle el merecido castigo, sin mirar a fondo qué y quienes los catapultaron a la búsqueda del unicornio verde-billete, le echa abono a los pinos nuevos que entran a la Academia con las espuelas puestas. Es cuestión de hacer las cosas “por el libro del policía corrupto” para que no los cojan, pues pasar 30 años “protegiendo y sirviendo” sigue siendo menos halagüeño que ensuciar la placa por lograr en menos años la buena vida que le pintó la sociedad.
Pero cuando toda esperanza estaba perdida, llegó el único que puede defendernos, el Chapulín Colorado de las barras blancas y el gorro azul estrellado: el “esbiai”. Sí, los mismos que asesinaron a Filiberto Ojeda, que atacan a los periodistas con gas pimienta, fabrican casos y entran a las casas de las personas sospechosas, se las descojonan y luego le dicen que si tienen una queja…!que demanden! Por supuesto, en la Corte Imperial que ellos manejan. Son los capitanesamérica, los supermán, que han carpetaeado a los independentistas y socialistas, que encubrieron los asesinatos del Cerro Maravilla y que, por años, han protegido a los asesinos de Carlos Muñiz Valera y de Santiago Mari Pesquera. Los mismos que en Estados Unidos espían a millones de personas, allanan las casas de los pobres y de las minorías étnicas y disparan primero y luego preguntan, cuando ya los cadáveres no pueden contestar.
Si algún cuerpo represivo no puede dar lecciones de moralidad a nadie, es el maldito FBI. El historial de violaciones a los derechos civiles, solo es comparable con la anuencia y el criminal encubrimiento de la corrupción y todo tipo de actividades delictivas que ha caracterizado a esa agencia durante decenas de años. Funcionarios del más alto nivel han sido vinculados a connotados capos de la Mafia, particularmente en Nueva York, Boston y Chicago. La filtración de información sobre informantes y testigos bajo su protección, para que sean asesinados por los gatilleros de los mafiosos, es más común de lo que se piensa. Incluso, agentes del FBI se han convertido en asesinos para protegerse ellos y a sus jefes implicados en negocios turbios. Para esa sucia tarea han contado siempre con la colaboración de oficiales del Departamento de Justicia, jueces a sueldo de los mafiosos y bufetes expertos en el encubrimiento de la corrupción, pagos por el Estado. Esos son los limpiabases del gobierno federal, eufemismo de gobierno imperialista o colonialista, que van a limpiar la policía de la isla. Los cabrones, perdón los cabros, velando las lechugas.
La policía política imperialista de Estados Unidos entró a este caso, como siempre, sin pedir permiso ni anunciarse. La isla es coto cerrado de ellos. Fortuño, y antes Aníbal y los gobernadores coloniales que los precedieron, solo es el muñeco, el ventrílocuo está en Washington D.C. ¿Figueroa Sancha? Un triste bufón. Dicen los que saben, que Eric Holder, Secretario de Justicia del imperio, llamó a Fraticcelli y éste llamó a Fortuño. “Vamos a realizar más de cien arrestos, sálganse del medio, no molesten”, dijo el procónsul y así se hizo. El gobe con su “maldita sea mi voz” hizo malabares para explicarle a la prensa que él sabía del operativo y que el mismo fue coordinado con el FBI. En su lenguaje colonialista “coordinado” quiere decir imposición aceptada sin chistar. Yes boss!
La “coordinación” fue de tal naturaleza que la conferencia de prensa se hizo en Washington, convocada por el Secretario de Justicia, y el gobierno de la Isla no sabía ni para qué era. Los procónsules imperialistas son tan prepotentes que no confían en sus lacayos del patio ni para coordinar una conferencia de prensa. No le tienen el más mínimo respeto a Fortuño y a su batahola de blanriquitos. Colonialismo descarnado y punto. Se esfuma el primer mito.
Pero el segundo mito es el más importante. Los mal llamados federales controlan todo en Puerto Rico, las aduanas, la transportación por mar y aire. Toda mercancía que entra al país es monitoreada por los agentes de aduanas y puertos. La guardia costanera tiene total control de los mares, cualquier embarcación, bote o yola, que se acerque a las costas ella las detecta con el sofisticado equipo que posee. Avión, globo o chiringa que vuele sobre la isla puede ser interceptado inmediatamente. Ese dominio sobre la vida económica y política del país es la quintaesencia del régimen colonial vigente en Puerto Rico.
¿Pero qué pasa? Si ellos, los imperialistas de EU, que aquí llaman federales, son los dueños y señores del espectáculo, ¿por qué el narcotráfico campea por su respeto en esta Ínsula USA? ¿Las autoridades (FBI, DEA, Guardia Costanera, FURA, etc.) de la potencia “más poderosa del mundo” no pueden evitar la entrada de drogas a una pequeña e indefensa isla del Caribe? ¿O es que las drogas entran por fax, por teléfono, por televisión o por Internet? La contestación se cae, como las panas maguás, del palo: los “federales” son los funcionarios más ineptos y negligentes del mundo capitalista o sencillamente, permiten que la droga, las armas de fuego y otras yerbas, entren al país y miran para el lado. De seguro, hay empleados negligentes en el desempeño de sus funciones, pero no es para tanto, una golondrina no hace verano. Si ese fuese el problema con botar a varias decenas o centenas de empleados se resolvería el asunto. Pero no es así.
Existe un molestoso ejemplo radicalmente inculpatorio. De cada cien dominicanos indocumentados que llegan a Puerto Rico por mar, 99.9% son arrestados y procesados. Para capturar y maltratar a los hermanos dominicanos que arriesgan sus vidas en el mar embravecido, los esbirros de la Guardia Costanera son eficientísimos, no se les escapa nadie. Y, si alguien evade a los guardacostas, lo persiguen tierra adentro. ¿Por qué los “temibles e incorruptibles federales” no aplican la misma rigurosidad en el tráfico de drogas y armas? Sencillamente, porque la entrada ilegal de drogas y armas les deja ganancias millonarias a las empresas que lavan dinero sucio y jugosos estipendios a los guardias involucrados en el guiso.
Por consiguiente, no hay que ser muy inteligente para concluir que el gobierno federal es cómplice del narcotráfico y del tráfico de armas en gran escala que asola a este país. El gobierno imperialista de Estados Unidos ha sucumbido ante el gigantesco y lucrativo negocio de la producción, tráfico y venta de drogas y de armas de fuego en su territorio continental y no puede ser menos en la isla. Si en su casa no limpian, no se les puede pedir que no tiren su basura en Puerto Rico. La industria multinacional de la producción y venta de drogas es una de las empresas más rentables del mundo cuyas ramificaciones están íntimamente entrelazadas con otras industrias formales de la economía de Estados Unidos y de otros países.
Un informe sometido a las Naciones Unidas en 1997, preparado por los gobiernos de España, Suecia e Italia, concluye que el negocio del narcotráfico generaba en ese entonces más de $400,000 millones de dólares al año. Esa cifra es equivalente al ocho (8) por ciento del comercio mundial, cifra mayor a la suma del comercio internacional de acero, hierro y vehículos de motor.
El Zar de las drogas de Estados Unidos, Gil Kerlikowske, acepta que “hemos perdido la guerra contra las drogas” a pesar de la inversión de casi $20,000 millones gastados anualmente y las miles de vidas perdidas. La coca, un negocio cuya materia prima nace en los fértiles valles del norte de Colombia, llega en avionetas, submarinos, barcos o camiones a México y luego es trasladada a Estados Unidos, principal mercado mundial, con la misma facilidad con que un avión comercial vuela de Nueva York a San Juan. El 70 por ciento de la cocaína que entra a Estados Unidos lo hace por Ciudad Juárez, la más violenta urbe de México, fronteriza con El Paso, Texas, pero los miles de policías, oficiales de aduana, agentes del FBI y la DEA, son “incapaces” de detenerla.
El pez grande se coge con anzuelo de goma. Aunque a los nacionalistas de cartón no les guste, no podemos olvidar las acusaciones contra el Banco Popular, ese que se baña de cultura puertorriqueña con sus especiales de navidad, por lavado de más de $400 millones de dólares provenientes del narcotráfico. Las autoridades federales le bajaron la “deuda” a $90 millones y Richard Carrión solo tuvo que pagar $33 millones al fisco. No se juzgó ni se castigó a nadie. Carrión no pasó ni una hora en la cárcel y colorín colorado. ¡Qué ganga señoras y señores! El ícono de la cultura rentada lavó $400 millones y pagó $33. Suma y resta. Se embolsicó $367 millones de dinero sucio. En palabras de la Universidad de la Salsa, El Gran Combo, aquí no ha pasado nada.
Políticos, senadores y representantes del Congreso de Estados Unidos, reciben aportaciones millonarias para sus campañas, de “frentes legales” del narcotráfico. Por supuesto, no van a matar la gallinita de los huevos de oro bajo ninguna circunstancia. Le echan todo el maíz que sea necesario para mantenerla gordita y “poniendo” y luego van a la iglesia de su predilección y rezan dos padres nuestros y tres avemarías. Lo mismo sucede con la venta ilegal de armas de fuego, por lo general estrechamente vinculada a la de la droga, que lava millones de dólares a través de la industria armamentista de Estados Unidos y de varios de los ejércitos de países latinoamericanos. Las intervenciones de la CIA, el FBI y la DEA, en América Latina, y las ventas millonarias de armas que las acompañan, han contado siempre con el financiamiento del narcotráfico. ¿Se acuerdan del escándalo Irán-Contras, donde estaban involucrados el Presidente Ronald Reagan y el alto mando del Ejército? ¿Cuál fue el resultado de las vistas congresionales? Muy bien, gracias.
Nadie se llame a engaños. El gobierno de Estados Unidos no tiene voluntad para atacar al narcotráfico precisamente, porque el capitalismo salvaje que practica esa potencia imperialista se nutre, por diversos flancos, de las pingues ganancias que arroja esa actividad ilícita, pero permitida. Ese entramado económico se conoce como el narco-capitalismo y no es por casualidad. No olvidemos que, como diría Carlos Marx, el capitalismo llegó al poder empapado en sangre y fango hasta los ojos.
La prédica hipócrita, las campañas de dile no a las drogas, los millones gastados en crear agencias y zares contra las drogas, y la publicidad hasta la náusea que abarrota radio, televisión y prensa, son ya otra industria más que para poder justificar su existencia necesita de que el narcotráfico se mantenga. Si ese mundillo delictivo muere, fallece también la forma de vida de miles de empresarios y empleados que medran alrededor de éste. Esa tragedia se ha convertido en un círculo vicioso: el crecimiento de la industria de la droga es directamente proporcional al incremento de los gastos para combatirla.
Por esas y otras razones que no tengo tiempo ni ganas de mencionar, afirmamos que el FBI, la DEA y otras de las decenas de agencias del gobierno imperialista de Estados Unidos en Puerto Rico, son cómplices del narcotráfico pues teniendo el poder para evitar la entrada de drogas a la isla, se hacen de la vista larga. Luego, de vez en cuando organizan una redada, se llevan por el medio a unos cuantos infelices y a cerca de cien policías corruptos, para hacernos creer que la batalla contra la droga se está ganando gracias a ellos. ¡Embuste! Por culpa de esos malvados ese grave problema no deja de crecer.
Sus redadas o mega-operativos solo persiguen lavarse su sucia careta. Las agencias federales han fracasado estrepitosamente en la lucha-aguaje contra el narcotráfico. Hay que descartarlos y utilizar otras estrategias. El primer paso tiene que ser despojar a esas agencias del poder sobre las aduanas, los puertos, el aire y los mares de Puerto Rico. Cualquier otra cosa que se intente hacer sin eliminar el poder colonial de Estados Unidos sobre nuestro país, es poco menos que un lastimoso ejercicio de futilidad.