Entre el asesinato de George Floyd y el Falcon 9 – el capitalismo que se jamaquea

| Publicado el 8 junio 2020

José Antonio Ramos
Bandera Roja

El asesinato vicioso de George Floyd, un afroamericano de los EEUU, a manos de policías blancos, ha provocado manifestaciones y marchas de protestas en muchas ciudades de Estados Unidos. Éstas opacaron el esperado impacto positivo y de exaltación nacional del lanzamiento del Falcon 9.

Este sábado 30 de mayo debió marcar un hecho vital y relevante para Estados Unidos en su  intento de restaurar su viejo prestigio en la carrera espacial.  Luego de cerca de nueve años sin que se enviara un viaje tripulado, la NASA  consiguió que la empresa privada Space X invirtiera en los proyectos de transporte espacial y llevara dos astronautas a la Estación Espacial Internacional (EEI),  despegando desde suelo norteamericano.  La NASA le ha pagado a Rusia unos $87 millones por asiento en la nave Soyuz para que viajen sus astronautas a la EEI. Otro de los emblemas  de la supremacía estadounidense que se tambalea.

El empeño expreso de conseguir que las garras del capitalismo se expandan más allá de nuestro planeta se encontró con un tipo de expresión individual y colectiva que desborda inquietudes y pesadillas de tiempos y tiempos.  El espectáculo de la empresa privada ascendiendo al espacio  en búsqueda de futuras ganancias quedó entonces de lado, marginado por sucesos mucho más trascendentales y profundos.

En los momentos inmediatamente posteriores al asesinato de Floyd en que los enfrentamientos y sublevaciones contra el régimen racista estadounidense, primero, y contra toda la desigualdad y falta de oportunidades concretas de progreso y desarrollo, individual y colectivo, después, se expresan con una furia inusitada, una rabia contenida,  pero presta a emerger tras siglos de atropellos y discrimen.  Con actos contestatarios legítimos el pueblo norteamericano reivindica los derechos raciales, de clase y de género que se siguen asfixiando en aras de que el mercado decida y medre.

El asesinato de George Floyd ha hecho que broten muchas de las contradicciones de un pueblo que se autodenomina, y se jacta de ser, el  mejor país del mundo.  De considerarse ejemplo máximo a seguir en cuanto a las bondades del capitalismo, pero que alberga, para demasiados sectores, todo tipo de marginación e injusticias.  Y es que en esa gran democracia estadounidense encontramos un  alto índice de trabajos con salarios miserables y una falta vergonzosa de derechos laborables,  unos servicios de salud económicamente inaccesibles, con una educación pobrísima a nivel escolar, y para las y los universitarios con unos costos altísimos, impagables.  A esto se añaden los abusos racistas y xenofóbicos que muestran la perversión latente, y que corroe sin tregua a la sociedad norteamericana. 

Esa sensación terrible de siglos por los abusos sufridos, de un lado, y la impotencia,  de otro (favorecidos por un sistema judicial parcializado, envilecido e inmoral) por una parte de la población estadounidense, ha reventado con toda la indignación, la cólera y la violencia que es de esperarse. 

Estados Unidos seguirá con su esfuerzo de mostrar  su capa engañosa y de oropel, que deslumbra ante los demás, pero a sabiendas de que debajo de ella no hay sustancia.  Si se rebusca un poco lo que hallaremos serán rastrojos, bagazo y aserrín. 

Estados Unidos, su hegemonía y control mundial y el capitalismo sin límite ni moral que comparte,  sigue dando indicios evidentes de que  las vigas y columnas que lo sostienen se descalabran. Flaquearán.   Y ahí estaremos  los grupos marginados que buscan transformar la sociedad en una verdaderamente justa, igualitaria y equitativa para resquebrajar el último reducto que le quede, jamaquearlo hasta verlo caer.

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