| Publicado el 1 septiembre 2016
Todos los lunes en La Terraza de Bonanza en Santurce se dan cita los pleneros del país. También acuden al encuentro varios cientos de personas: algunos a oír plena, pero la mayoría porque es el jangueo que está de moda. Éstos reciben una serie de advertencias antes que empiece la música: “a los hípsters con sus pantalones apretados y sus bigotes largos… estamos en el barrio… por favor no bloqueen la entrada de los vecinos…” Y ahí la contradicción: los lunes de plena se hacen en el barrio y por gente del barrio, pero atraen principalmente a gente acomodada y externa a la comunidad. Se trata de una expresión de la dialéctica del aburguesamiento de Santurce.
En varias ciudades se observa un aburguesamiento (gentrification en inglés) de las zonas centrales. El fenómeno se puede resumir en el siguiente esquema: existe primero un barrio pobre en el centro urbano plagado por la violencia, la dependencia, y la adicción; poco a poco se comienzan a establecer negocios y espacios culturales que plantean “revitalizar” el lugar; empiezan a subir los precios de propiedades y las rentas, además de construirse nuevos complejos de vivienda de lujo; y la comunidad original es desplazada ante la expropiación o la incapacidad de pagar las nuevas rentas, siendo remplazada por una nueva población acomodada.
El proceso comparte características generales en todas partes. Luego de la 2da Guerra Mundial, el crecimiento industrial atrajo la migración de trabajadores a las ciudades, que se ampliaron para acomodar a la nueva población, mientras que los sectores acomodados se fueron a los suburbios. En aquellos años, bienestar significaba consumo, y los comercios tradicionales de los cascos urbanos no podían suplirlo: surgen entonces los centros comerciales al margen de la urbe. El auge de las industrias petrolera y automotriz creó una sociedad dependiente del carro, esparcida alrededor de la ciudad. Esto trajo el fin de la centralidad de los cascos urbanos, la baja de las rentas en éstos, y el abandono por parte de gobiernos y caseros de su infraestructura.
El aburguesamiento implica un movimiento contrario: ahora los ricos regresan al centro de la ciudad, y son los pobres los que deben salir. Los bajos costos en bienes raíces son un aliciente, pero son los cambios económicos de fines de siglo XX los que desatan el proceso.
Actualmente la economía está orientada a los servicios, dominada por empresas transnacionales, y dependiente de las telecomunicaciones. Esto le adscribe una nueva importancia al centro urbano: las multinacionales tienen subsidiarias en las grandes ciudades, que son a su vez los nodos en la red internacional de comunicación. A ello se suman las crisis petrolera y automotriz, que hacen menos rentable la urbe desparramada.
Los artistas y otros trabajadores de la cultura suelen ser punta de lanza en este proceso. Ello se debe a que éstos constituyen un sector con unas necesidades específicas que la ciudad pauperizada ya provee: espacios amplios y a bajo costo para talleres y salas de ensayo; teatros y cafés para presentaciones; y múltiples vínculos con el quehacer cultural. Los artistas no comparten los temores de los ricos de vivir en estas zonas: su situación precaria les obliga a hacerlo comoquiera.
La ciudad ofrece otras ventajas para el modelo económico en vigor: transporte público, acceso a servicios gubernamentales, comodidad para entregas. Con la llegada de los nuevos pobladores, comienzan a proliferar los negocios y facilidades dirigidas a éstos: restaurantes, bares y cafés para un público pudiente, residencias de lujo en estructuras históricas rehabilitadas o en edificios nuevos, y tiendas de alto costo.
Se han usado conceptos como “revitalizar la ciudad” para describir el proceso. De esta manera se esconde su aspecto más siniestro, como si se tratase meramente de remozar viejos edificios y no hubiese personas viviendo en las zonas impactadas. Para ellas, el aburguesamiento significa desplazamiento. Implica tener que buscar nueva vivienda a un costo accesible, lejos de sus trabajos y de los lugares donde reciben servicios, además de la pérdida de capital social: la disgregación de su comunidad, que ya posee complejos vínculos sociales y económicos entre sí.
Los artistas y otros trabajadores de la cultura suelen ser punta de lanza en este proceso. Ello se debe a que éstos constituyen un sector con unas necesidades específicas que la ciudad pauperizada ya provee: espacios amplios y a bajo costo para talleres y salas de ensayo; teatros y cafés para presentaciones; y múltiples vínculos con el quehacer cultural. Los artistas no comparten los temores de los ricos de vivir en estas zonas: su situación precaria les obliga a hacerlo comoquiera.
Pero su presencia hace atractivo vivir en la ciudad. Ellos embellecen el espacio, desarrollan actividades culturales, y crean demanda por mercancías y servicios que se establecen en la zona. Sumado a las tendencias económicas señaladas, la baja inicial en bienes raíces se empieza a revertir. Los ricos se interesan por los espacios urbanos, y el mercado responde a la demanda creciente empujando a las viejas comunidades a mudarse, de modo que exista oferta para inquilinos con mayor poder adquisitivo.
En Puerto Rico, este proceso ha sido más marcado en la comunidad de Santurce. El barrio ha sido históricamente un área urbana que a hasta mediados de siglo XX era foco comercial y cultural. Pero para la década de 1980 el barrio se encontraba decaído en su infraestructura, y presentaba problemas de violencia asociados a la pobreza.
La contradicción la enfrentan los pleneros en Bonanza, pero también quienes se plantean hacer arte desde Santurce: ¿cómo hacer algo significativo y trascendente sin profundizar el proceso de aburguesamiento que amenaza al barrio?
Artistas individuales y compañías de teatro empiezan a establecerse en el barrio. Se crean instituciones culturales como el Centro de Bellas Artes, el Museo de Arte Contemporáneo, galerías y teatros, seguidos por el Museo de Arte de Puerto Rico y el Conservatorio de Música. Las calles de Diego y Loíza se llenan de restaurantes y cafés caros, bares especializados en cervezas y tragos exóticos, lujosas boutiques, y refinados salones de estilo. En el corazón del barrio se demuelen varios edificios para construir Ciudadela, una fortificación para familias pudientes. Toda esta “revitalización” es celebrada al son de festivales como Los muros hablan y Santurce es ley, que ponen la música indie del momento y pintan impresionantes murales, mientras comunidades como La 21 y San Mateo desaparecen y cientos más son presionados a liar bártulos y marcharse.
En este contexto surgen los lunes de plena en Bonanza, que son muchas cosas a la vez. Por un lado, son la continuación de los tradicionales plenazos de esquina donde los grandes de la plena aprendieron su oficio, y que más recientemente se encarnaron en los Plenazos Callejeros que entre 2005 y 2012 recorrieron la isla. El hilo conductor de esta tradición es Tito Matos: plenero santurcino y renovador de la plena con su grupo Viento de Agua, es el alma de los lunes en Bonanza. Con su talento y carisma educa a los nuevos pleneros en el arte e historia de la plena, mientras abre el espacio a los veteranos del género. Para Bonanza, un bar como los de todos los barrios pobres, el aumento en la clientela le viene bien.
Pero la actividad tiene otra dimensión. Sin que nadie se lo planteara, el lugar se ha popularizado y llenado de un público de clase media y alta. Son éstos los que llegan a las comunidades luego que los artistas las han hecho atractivas. Con ellos viene la demanda por vivienda, productos y servicios de alto costo. Son la presión para el inminente desplazamiento de los pobres, y los lunes de plena se han convertido en su jangueo predilecto.
La contradicción la enfrentan los pleneros en Bonanza, pero también quienes se plantean hacer arte desde Santurce: ¿cómo hacer algo significativo y trascendente sin profundizar el proceso de aburguesamiento que amenaza al barrio?
En primer lugar, los artistas de Santurce deben estar conscientes de la situación social, política y económica en que operan. En la medida en que sepaan las implicaciones de aceptar tal o cual guiso, podrán discernir de una manera informada hasta dónde se está apoyando el aburguesamiento. En segundo lugar, el arte mismo debe estar al servicio de los pobres y la comunidad. Esto significa: darle voz a los sectores oprimidos, que normalmente no la tienen en los círculos de la cultura; abordar sus inquietudes y problemáticas concretas, antes que temas metafísicos o escapistas; y crear arte accesible al pueblo, que eleve su educación y sensibilidad. En tercer lugar, deben asumir una actitud de participar en las luchas que da la comunidad. En lugar de verse como externos, encerrados en sus talleres, lo que hace falta es insertarse en los esfuerzos organizativos que existen y los que estén por desarrollarse, para abordar los problemas que enfrentan las comunidades de la mano de la gente que los vive día a día, y no mediante su desplazamiento con el aval más o menos silente de los artistas.