Por
Melisa Ramos| Publicado el 23 diciembre 2020
* Este escrito es resultado de una investigación antropológica que realicé el año pasado con estudiantes mujeres cis género de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. La identidad de las participantes está protegida por seudónimos. Su procedencia es de los pueblos: Vega Baja, San Juan, Bayamón, Cayey, Humacao, Canóvanas, Ponce, Utuado, Arecibo y Toa Alta.
**Esta investigación se centró en las violencias sexuales que experimentaron las mujeres. No obstante, me parece pertinente, al menos, señalar y reconocer que estas experiencias no se circunscriben al sexo femenino, sino que son violencias que pueden padecer, con otros matices y distintas manifestaciones, las personas LGBTIQ y algunos hombres.
***Advertencia: se discuten y presentan ejemplos de violencia sexual.
Ivy: yo no sentí ningún tipo de intimidad. No sentí ninguna conexión, como que, el tipo literalmente me usó a mí como si fuese un toto para él mismo darse placer. Esta idea, nuevamente, de que el placer se lo tiene que dar él y tú tienes que estar ahí.
Las violencias sexuales se manifiestan de diversas maneras. A veces no se pueden identificar – debido a la insuficiente educación sexual ofrecida y al contexto sociocultural que normaliza conductas violentas -, pero siempre dejan un sinsabor denso posterior a la interacción sexual. Estas violencias se están denunciando cada vez más como actitudes machistas que se manifiestan en la interacción sexual hetero (aunque sabemos que trascienden la cisheterosexualidad), gracias a personas y grupos feministas. La intención de este escrito es continuar la conversación y problematizar diversas conductas que ponen en peligro la seguridad, salud y bienestar de las mujeres.
De las participantes de la investigación, seis de trece fueron violadas sexualmente mientras que un total de diez de ellas sufrieron distintos tipos de violencias sexuales que categoricé como dinámicas macharranas. Defino estas como: toda actitud o comportamiento durante la interacción sexual que transgreda emocional o físicamente a la(s) otra(s) persona(s) involucrada(s), ya sea consciente o inconscientemente, específicamente al descuidar los límites del consentimiento establecido y al priorizar el placer propio sobre el bienestar y placer de la otra persona.
Entre las prácticas categorizadas como dinámicas macharranas que las universitarias mencionaron estuvieron: 1) la insistencia en tener sexo, 2) engañar o hacer promesas, que no pensaban cumplir, para alcanzar la interacción sexual, 3) no utilizar profiláctico o quitárselo durante la interacción sexual sin consultar o insistiendo, 4) no parar el acto a pesar de notar la evidente incomodidad en la persona, 5) culminar el acto una vez él ha conseguido el orgasmo, 6) mentir sobre las pruebas de enfermedades de transmisión sexual, 7) la prisa de que ellas terminen, 8) la agresividad física no consentida, 9) humillar o degradar a la otra persona, 10) no considerar el factor de que eran menores de edad para establecer una comunicación o contacto sexual y 11) violarlas sexualmente.
Las agresiones durante la interacción sexual no son parte de las anécdotas que se cuentan. En parte porque no se esperaban, obviamente no se deseaban y usualmente no se quieren recordar. En otras ocasiones las dinámicas macharranas no se reclaman por un sentido de culpa por haberlas “dejado pasar”. A veces estas situaciones realmente podrían responder a una violencia que pasa desapercibida, como puede ser la insistencia.
Laura: …hay situaciones en que esa insistencia [en tener sexo] es como una intimidación y pues puede terminar en algo como que, malo. O sea, que te obliguen o casi obliguen o que te sientas obligada a decir que sí.
La culpa que pueden sentir las mujeres en estas situaciones se cimenta en cómo las crían y educan. Se les enseña a acomodarse, a achicarse y a encajar. Se trata de hacerles creer y aceptar que es lo más “apropiado”, lo menos conflictivo y se convierte en un modo de supervivencia. He escuchado demasiados relatos de amigas que no nombran estas experiencias como lo que son: agresiones (la insistencia, la caricia no deseada, los chistes invasivos, lo constante).
En busca de un poco de afecto, de atención o meramente de alguien que las escuche, se permiten ciertas cercanías que los hombres interpretan como luz verde para alcanzar el capricho sexual que tengan en mente. Querer besos y caricias no es querer sexo. Querer sexo no es querer cualquier práctica sexual ni en cualquier lugar o momento, ni con cualquiera.
Las consecuencias de estas dinámicas macharranas pueden afectar a las mujeres más allá de lo que comúnmente pensamos (un embarazo o adquirir una enfermedad de transmisión sexual). Consideremos la anécdota de Cinda:
Él se quitó su condón como a mitad de todo el procedimiento sin decirme a mí. Y después que pasa todo, él me dice: “ah, me vine afuera. No te preocupes”. Y yo: ‘excuse me?!’ Entonces yo estaba con todo lo de la escuela, yo dije: estoy embarazada, tengo gemelos ya. Voy a parir pronto. Y fui a Walgreens, como a las 3:00 a.m., súper peligroso, y compré la plan B.
Cinda fue práctica (un óvulo puede ser fecundado a pesar de que el pene eyacule fuera de la vagina). Según su relato, a su preocupación se le sumó el peso de la educación alarmista que había recibido, llevándola a actuar con urgencia. Cuando inferimos la contraparte de esta historia, es evidente que el hombre la violentó y se desentendió por completo de la agresión que cometió y sus posibles repercusiones. Él siguió tranquilo sin gastar un centavo (este contraceptivo cuesta alrededor de $50), mientras que ella, ansiosa, se arriesgó a comprar la píldora en la madrugada. A esta diferencia de experiencias se le añade que, probablemente, Cinda tuvo que lidiar con los efectos secundarios del contraceptivo. Como es evidente, la violencia de ese hombre no solo la afectó física, emocional y económicamente, sino que también tuvo consecuencias a corto y mediano plazo.
Cabe mencionar que las participantes tuvieron también muchas experiencias satisfactorias y han podido desprenderse, en el proceso de conocerse, de las expectativas sociales establecidas y así poder disfrutar de su sexualidad. No obstante, el proceso de empoderamiento de la mayoría responde a una misma problemática: las experiencias negativas que las han llevado a establecer unos límites y estándares para compartir sus cuerpos y sexualidad por motivos de salvaguardar su seguridad, salud y bienestar.
Cierro el escrito con una anécdota que nos recuerda que a pesar de que hay muchos hombres violentos y/o desconsiderados, no son todos ni es un asunto inherentemente masculino o natural, es enseñado y puede y debe desaprenderse.
Marisol: A los 18 [años] fue la primera vez que yo tuve un orgasmo con una pareja (cabe señalar que sus experiencias sexuales comenzaron a los 13 años). No sabía que existían en las relaciones. Pensaba que existía una vez al mes o algo así, una vez, cada tres meses. El aniversario. Algo así. (risas) A los 18 [años] empecé una relación con un hombre que tenía 22 [años]. Era una relación bastante pasiva. Él preguntaba mucho lo que me gustaba. Nadie me había preguntado lo que me gustaba. Él se orientó mucho en buscar lo que me gustaba y ahí fue yo vi las estrellas. Yo jamás, en mi vida. Yo dije: wow. Ahora es que empecé a tener sexo. Ahora.
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