La noticia es el desborde de afectos y emociones entre quienes hasta hace poco solo conocían sufrir con el pueblo sus derrotas, pero a quienes la gente ya ha enseñado, más de una vez, que la victoria es posible. Podríamos limitarnos a escribir otro artículo explicando por qué ganaron los de siempre y perdió el pueblo trabajador. O podemos subrayar que la alegría de la resistencia reinó. Que emerge un campo progresista potencial constituido por el nuevo Movimiento Victoria Ciudadana y el Partido Independentista Puertorriqueño renovado.
El desempeño de ambos partidos es el resultado de la movilización de la desafección, de la ira popular que tumbó a un gobernador, al interior del proceso electoral: Puerto Rico conoce de cerca los vicios de su sistema político, y hoy son muchos más quienes se niegan a aceptar que todo siga igual. Que los votos por estos partidos representen la organización de la rabia contra las injusticias de un sistema, sin embargo, no quiere decir que la desafección sea su modo de expresión: los candidatos y candidatas de ambos partidos construyeron campañas afectivas, de esperanza. Ciertamente ya tendremos ocasión para criticar los aspectos (y correspondientes peligros) de la deriva más personalista de estas campañas. Pero por ahora nos podemos permitir un poco de felicidad. Nada resume mejor la estrategia afectiva de este 3 de noviembre que el lema que el PIP ha convertido en consigna: patria nueva.
Sin embargo, por fuera del proceso electoral reina también otra desafección. Esta molestia externa, representada por el más alto nivel de abstención alcanzado en la historia electoral del país, no tiene aún carácter político. No hay entre nuestro pueblo cientos de miles de albizuistas de incógnito negándose a participar por principio. Esa abstención, ¿alguien sabe cómo politizarla? Este será un problema al que pronto se enfrentarán las fuerzas emergentes, que pueden haber llegado ya al límite de la estrategia de pescar el voto penepé o popular descontento: si no logran expandir el electorado, será difícil disputarle los pocos votos que quedan a las estructuras de poder del Partido Popular Democrático y el Partido Nuevo Progresista. Por ahora, tomemos un segundo para contrastar el bostezo de millones de personas que pasaron este 3 de noviembre en el abstencionismo sociológico, o sea despolitizado, con la emoción que generó el tercer y cuarto lugar de dos partidos alineados con las luchas progresistas y populares.
Pasaron muchas cosas la noche del 3, pero dos desarrollos trascienden en importancia los demás: el desempeño espectacular de Juan Dalmau y la aparente elección de Eva Prados en el precinto tres de San Juan. Además, la cerrada contienda por la alcaldía de San Juan podría estremecer el dominio bipartidista sobre las posiciones ejecutivas.
Las imágenes de Juan Dalmau llegando al comité nacional del PIP en la Avenida Roosevelt nadie las hubiera imaginado hace un par de semanas. Quien no se conmueva al ver el abrazo de Rubén Berríos con Dalmau es un cínico. La fiesta en la Roosevelt fue la fiesta de un partido que, aunque como cualquier otro no esté exento de críticas, ha aguantado una enciclopedia de ataques injustos e incongruentes. Todos escuchamos aquel infame “¿Alguien piensa que Dalmau está en carrera?” Resulta que sí, estaba en la lucha. Y quien lucha tiene derecho a celebrar sus logros.
Pero más allá de ser un logro histórico para el PIP, es una victoria del independentismo en su conjunto: quienes defendemos la liberación del pueblo y la liquidación del colonialismo no tenemos fama de andar con la cabeza baja y callarnos la boca, pero sí tenemos mucha experiencia en sufrir ser la minoría de la minoría. Debemos ser realistas, como lo fue Dalmau en su discurso en reacción a los resultados: no todo el voto por Juan Dalmau fue un voto independentista… todavía. Hay quienes desean que quienes optamos por la independencia nos rindamos, o al menos nos aguantemos las palabras. Que aceptemos la derrota. Lo que expresó Dalmau es el camino por seguir: usar las victorias que consigamos como plataforma, pero no para elevarnos como líderes y referentes sino para elevar la lucha cotidiana del pueblo, vinculándola a la tarea de persuadir cada vez más gente de que es necesario romper el dominio imperial sobre Puerto Rico.
Lo más significativo del logro de Dalmau y el PIP es que lo hicieron a plena luz del día: sin esconder su afiliación, que todo el mundo sabe lo que representa. Lo hicieron representando un programa progresista y abiertamente independentista. Lo hicieron presentando a un independentista como opción con la que una amplia gama de personas se puede identificar. Sobre 160,000 personas hicieron lo impensable: votar por el candidato independentista, rompiendo así con uno de los prejuicios políticos más arraigados de nuestra política. Reducir este hecho a los looks del candidato valdrá para algunos que quieren pasar sus prejuicios trasnochados por análisis de punta. ¿Pero no es cierto que por semanas la propaganda del PNP se dedicó una vez más a demonizar la independencia, casi como si fuera el apocalipsis zombie? Aún hoy se mete miedo con la independencia. O quizá debamos decir: hasta el 3 de noviembre de 2020 se metía miedo con la independencia. Gracias a la gesta de Juan Dalmau ese terror perdió una pequeña colina estratégica. Faltarán muchas por ganar – esta guerra es de trincheras y prolongada – pero se botó un golpe.
En estas elecciones, los logros no fueron solo en lo nacional. En el plano granular del precinto también se rompió un cerco. La aparente victoria de Eva Prados tampoco tiene precedente. La candidata del Movimiento Victoria Ciudadana en el precinto tres de San Juan ganó defendiendo el feminismo, tomando como punto de partida su liderato en el movimiento por la auditoría de la deuda y presentándose como fuerza fiscalizadora incluso antes de entrar a la Legislatura. Es un logro indiscutible, pero no solo por lo conseguido – un escaño – sino también por donde ocurre: en un precinto.
Este es el campo vedado históricamente a todos menos los partidos tradicionales. Para plantearse concretamente un ataque efectivo al bipartidismo no basta con sacar buenos números para la gobernación. Tampoco con lograr elegir candidatos a la Legislatura por acumulación. El precedente del PIP ahora lo reproduce no solo el MVC, sino también Proyecto Dignidad (ese id reaccionario de la derecha religiosa que se le desbordó al PNP-PPD, con el que tarde o temprano tendremos que lidiar y derrotar). Para lograr romper el dominio que ejercen esos partidos hace falta ganar también a nivel de precinto;, si no, nadie les disputará sus mayorías, y nunca se creará un vínculo efectivo entre representantes y pueblo. Hasta ahora era poco más que un sueño. Los partidos progresistas deben estudiar lo que pasó en el precinto tres a fondo y buscar reproducirlo por todo el país.
La importancia de ganar al nivel del precinto no es solo que sea la primera vez que se gana aquí fuera del bipartidismo, sino lo que representa organizativamente. El MVC es un partido emergente en todo el sentido de la palabra: no cuenta con una organización local a nivel nacional. Para existir como algo más que un junte de personalidades célebres (y tomando en cuenta que el valor político de la celebridad personal es pasajero) les será necesario construir pueblo por pueblo, precinto por precinto. Hay quien se pregunta cómo es posible que el PIP no desaparezca: no desaparece porque no es un prócer y una franquicia registrada en la Comisión Estatal de Elecciones, sino una organización real con comités y miembros por municipio, insertados e indispensables en sinnúmero de luchas populares locales. Si el MVC quiere abrirse paso a una política efectiva a largo plazo, tendrá que construir una organización local por pueblo también y una representante está más cerca de su pueblo desde un precinto que desde el puesto nacional.
Hay que decir también que, de concretarse la victoria de Manuel Natal, este sería un desarrollo trascendental, aunque la situación puede complicarse si no recibe una legislatura municipal afín. Llegar a una alcaldía es fundamental para perfilarse con posibilidad de gobierno: desarrolla líderes ejecutivos y cuadros administrativos. Sin embargo, la capital ya estaba en manos de una figura que, aunque caída en desgracia, representa lo más a la “izquierda” que se puede estar dentro del establishment político puertorriqueño. Dar un paso a la izquierda de Carmen Yulín es salirse del PPD; dígase Manuel Natal. Pero el espíritu de lucha que se está viendo en el conteo de votos da un indicio de lo que introduce MVC en la política: un estilo de hacer política que se ensaya en Río Piedras (y en cada recinto de la UPR) hace años: entusiasmo y combatividad, consigna bien cantada y disposición militante. Y en última instancia, todos los partidos necesitan eso: militantes.
Es por este último punto que quienes se posicionan a la izquierda de esta izquierda electoral no deben ver con malos ojos lo ocurrido. No se debe glorificar ni la desafección interna ni la externa. Ciertamente, debemos celebrar los logros del PIP y del MVC como avances innegables de una política progresista y popular. Pero la consigna es simple: esto no es suficiente. Igual que no fue suficiente decir al gobernador “renuncia”, porque aún no tenemos el poder para decidir quién ocupará el puesto que hoy toma el elegido de dedo del que renunció. Igual que no es suficiente tener buenos líderes, honestos y consecuentes, especialmente si no les acompañamos con movimientos dispuestos a afirmar su autonomía política y a disciplinar a quienes prefieran la comodidad que el poder seguramente les ofrecerá pronto para calmar su desafecto, a la incomodidad del compromiso con la gente que no tendrá los medios materiales para repagarles, pero a quien se deben y quien les pasará factura si piensan traicionar. Igual que no es suficiente decir independencia o denunciar el neoliberalismo sin hacer la conexión con un proyecto más profundo de transformación radical de la sociedad, hacia un horizonte de igualdad, democracia y solidaridad caracterizado por la destrucción final del poder del capital y el fin de la explotación del ser humano por el ser humano.
Por otro lado, la izquierda que enfoca su práctica en el campo extra-electoral tiende a hacer un elogio inmerecido del éxodo de votantes: nos obsesionamos por determinar cuánta gente no fue a votar, como si el simple hecho de ponerle un número que constate que se quedó X cantidad de gente en su casa sustituyese el problema político doble que enfrentamos. Primero, que ese abstencionismo no está politizado. Segundo, que nadie ha planteado concretamente cómo se va a politizar a la vez que se mantiene ajeno al proceso electoral.
Concluyamos reivindicando la alegría, pero recordando que tanto la protesta dentro del proceso electoral como la apatía fuera de éste deben ser transformadas en militancia contra un sistema que va más allá de bipartidismo y corrupción. Pero que para hacerlo es muy probable que sea necesario elaborar una estrategia que vincule la izquierda radical a la política electoral, no para servirle de rabiza, sino para garantizar que el crecimiento cuantitativo de un bloque de votantes progresistas se traduzca en el crecimiento cualitativo de un movimiento popular que le haga frente a la crisis ecológica, el imperialismo, la explotación del capital y el patriarcado. Esa traducción no se dará ni natural ni automáticamente. Que otros se sienten a esperar que el progreso los levante como el vaivén de la marea.