| Publicado el 22 marzo 2014
¿Se nos ha olvidado que en Rusia, previo a la Revolución de Octubre, el marxismo era de hecho la teoría económica favorecida por la burguesía capitalista? Es una contradicción sumamente interesante, pero de lo que se trataba es de una versión del marxismo totalmente avocada al etapismo económicista: al interpretar el marxismo como una teoría del progreso económico cuyo principal precepto era la necesidad histórica del desarrollo en etapas sucesivas (feudalismo–capitalismo–comunismo), la burguesía encontraba una justificación “progresista” para su proyecto de establecer su dominio en Rusia. Y sin embargo, hoy recordamos esa revolución como la revolución marxista por excelencia y definitivamente no recordamos este elemento. Fueron los llamados maximalistas, aquellos que conocemos como los bolcheviques, quienes constituyen la imagen prevaleciente de la Revolución. Atrás queda el hecho sorprendente y aleccionador de que lo que los bolcheviques en realidad hicieron, en sentido estricto, fue sublevarse contra el marxismo.
Es por esta razón y no otra que Antonio Gramsci, otro que ha sido sometido al ciclo de entierros y resurrecciones que aqueja a la teoría o filosofía cuando se encuentra a la deriva, emitió la celebre caracterización de la Revolución de Octubre como “la revolución contra ‘El Capital’” (el libro, no la relación social de producción). De hecho, se puede decir que fue precisamente la herejía de los bolcheviques frente al marxismo establecido por la Segunda Internacional lo que hizo de su gesta una tan trascendental en términos históricos e incluso teóricos. Lo irónico, como no se le escapará a nadie, es que lo que en abril del 1917 salía de la pluma de Lenin era en su momento herejía rejuvenecedora, pero sería transformado en una religión asfixiante en poco tiempo, contra la que otras generaciones tendrían a su vez que rebelarse (en China, Hungría, Cuba, Checoslovaquia, Francia, Alemania…).
¿Contra que marxismo anquilosado tenemos que rebelarnos ahora? Parecería que contra ninguno: a los que nacimos después del fin de la historia desde pequeños nos enseñaron que Carlos Marx estaba muerto y enterrado hace rato, gracias a Dios. Pero claro, la cosa no es tan simple. La crisis capitalista internacional de finales de la década pasada y la concatenación de rebeliones populares que estremecieron el mundo han ido de la mano con llamados urgentes a retomar el legado de Marx y el marxismo. En Puerto Rico, el ciclo de modas intelectuales tarda un poco más que en París o Nueva York, pero se da (aunque sea a medias, como lo evidencia la incongruente reticencia del posmodernismo en algunos círculos, toda vez que ha prácticamente desaparecido en el resto del mundo). El retorno y regreso a Marx no podía faltar.
En tiempos de crisis económica, el marxismo encuentra terreno fértil por razones naturales. Sin embargo, el pobre Marx también termina siendo cosechado en pos de los proyectos más dispares. Liberales, posmodernos y populistas invocan el regreso del viejo topo. Nos debemos atrever a ver más allá del oportunismo, más allá del gesto: interpretemos la “reaparición” de Marx como un síntoma. Así podremos leer nuestros tiempos como lo que son, una nueva brecha que nos recuerda que la historia es lucha toda.
Y a luchar se han dedicado los que no se les olvidó nunca que Marx existió. Por más debilidad generalizada de la izquierda, a pesar de las victorias del neoliberalismo y la bancarrota del independentismo, en Puerto Rico (y el mundo) siempre hubo quienes mantuvieron la llama. En los reductos más inesperados, guardaron la proverbial chispa. Que no se nos olvide nunca lo que le debemos a aquellos, maestros y maestras en el sentido más amplio, sobre los hombros de quienes hoy podemos levantarnos.
Será precisamente en el terreno incandescente de las luchas sociales que se encontrará de nuevo el significado de Marx en el siglo XXI. En ninguna otra parte. Ciertamente, una de las debilidades más grandes que ha tenido la izquierda en Puerto Rico ha sido su deficiencia teórica: hemos tenido grandes oradores, pero muy pocos pensadores. Ese problema se subsanará. Si algo han aprendido las nuevas generaciones es que antes de nosotros se cometieron errores a cada paso. Tenemos la ventaja de haber dejado de un lado la nostalgia. Y si no la hemos desechado, es hora de hacerlo y ponerse a pensar en nuestros propios términos. ¿O se nos olvida que el joven Marx definió lo que hoy conocemos como materialismo histórico como la “crítica despiadada de todo lo existente”?
La teoría social o filosofía de Marx no es una, monolítica. Según avanzó en sus estudios y aprendió de la lucha política concreta, Marx cambió preceptos y elaboró nuevos problemas. Pensar cualquier otra cosa sólo es posible si se deja a un lado la dialéctica y se transforma su obra en un ícono o fetiche. Sin embargo, desde el comienzo hasta el final todo su trabajo teórico y práctico fue un grito de guerra contra el capitalismo. ¿O se nos olvida que, la noche que terminó el primer tomo de “El Capital”, Marx le escribió a Federico Engels diciendo que lo que acababa de escribir no constituía otra cosa que “un cañonazo directo al corazón de la burguesía”?
Eso es, en el fondo, el marxismo: una teoría para el combate social. O lo que es lo mismo: una herramienta para entender el mundo críticamente y transformarlo. Es por esa razón que, aunque parezca contradictorio, la tarea principal de la teoría marxista en estos momentos es restablecer el contacto con la práctica política concreta. Sólo de entre esa juventud que se rebeló y se rebela saldrá, o más bien está surgiendo, la capacidad de volver a insertar el pensamiento crítico revolucionario en la realidad social puertorriqueña. Pero es importante mantener en la mente que en el papel la revolución no significa nada. ¿O se nos olvida que Marx definió el comunismo no como una idea sino como “el movimiento real de la abolición y superación del presente estado de las cosas”?
Queda de nosotros definir, dar forma y vida, a esa nueva encarnación de la teoría crítica y el materialismo histórico que nos requiere el tiempo que nos ha tocado. Una y otra vez en la historia hemos visto como los profesores, por más que se aferren a la tiza, se ven obligados a aprender de la estridente impugnación de sus estudiantes. En otras palabras, y de nuevo con Gramsci, que será únicamente desde las nuevas trincheras y nuevos gritos de guerra que será entonado una vez más el canto de nuestro Marx.