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BREL1| Publicado el 2 febrero 2015
A inicios de diciembre del 2014, el Reino Unido presenció una serie de manifestaciones y singulares “sit-ins”(o sit-ons) en contra de una ley que busca regular el contenido de las películas pornográficas producidas en el territorio. Los comportamientos recientemente prohibidos incluyen eyaculación femenina (mejor conocida como “squirting”), la restricción física (“bondage”), abuso verbal o físico (aunque sea consentido), el “roleplaying” en el que se personifica a un menor de edad, así como el “face sitting”, el “fisting” y el estrangulamiento simulado. Algunos fueron catalogados como peligrosos, mientras otros se justificaron como violentos, y que como tales, promovían la violación y abuso a menores. Mientras algunas feministas de la segunda ola probablemente celebraban esa pequeña victoria contra una industria machista, mujeres, personas de identidades y sexualidades contrahegemónicas, así como trabajadoras de la industria, estaban frente al Parlamento reclamando que se reconocieran sus deseos y calificando esas mismas medidas como machistas, heteronormativas y autoritarias.
El feminismo, en su pluralidad, no tiene un consenso claro sobre el tema de la pornografía, aunque en general, las corrientes más contemporáneas, al incluir las voces de las lesbianas, queer, transgénero, entre otros, han ampliado su mirada sobre el sexo y se han movido a posiciones más abiertas y tolerantes al tema. A mi entender, si bien la industria pornográfica es culpable de la explotación de miles de mujeres y hombres, esta característica se debe a su desarrollo dentro del capitalismo, y no a una característica inexorable de las producciones de contenido erótico, que nos han acompañado a lo largo de la historia de la humanidad. El ser humano es un ente sexual, y la producción de imágenes de este tipo ha variado mayormente por los medios disponibles (dibujos, pinturas, relatos, fotos, cine, vhs, etc.). Actualmente, la proliferación y aumento en el acceso a cámaras de video portátiles (cámaras digitales, tabletas, celulares, etc.) ha generado la posibilidad de que cada persona sea consumidora y productora del contenido erótico de su predilección. Es más común ahora que las mujeres se encuentren a ambos lados de la cámara; siendo protagonistas y directoras, imagen y ojo. Esta posibilidad de representación del cuerpo y del placer, y su apropiación por parte de las mujeres crea unas transformaciones sobre el lugar de la mujer. Cada mujer que se graba está transgrediendo, aunque sea finamente, la idea dominante y arcaica de lo que es una “buena” mujer. Está reivindicando su derecho al placer y desertando de la vida meramente destinada a la reproducción. Sin embargo, la sociedad machista y patriarcal en que vivimos busca “devolver” a estas mujeres al “lugar al que pertenecen”, las castiga con la burla, el despido, y el prejuicio.
Debido a la rápida y anónima difusión que permite el Internet, la pornografía casera se ha disparado, y con ello se ha creado el fenómeno conocido como “revenge porn”: la publicación no consentida de videos de contenido sexual como venganza tras una ruptura o decepción, con el propósito de humillar a la persona protagonista del video/imagen. De igual modo, las intromisiones a la privacidad y el hurto de fotos de computadoras u objetos personales para la divulgación no consentida de imágenes sexuales es parte del famoso “bullying” o acoso que se da día a día en nuestras escuelas. Tanto el “revenge porn”, como el robo de fotos personales son muestras de que el aspecto machista de la pornografía tiene que ver más con su divulgación e interpretación que con el contenido. Ambos, a pesar de no necesariamente incluir escenas de agresión, son mucho más violentos contra la mujer que el porno, incluso aquel donde el sadomasoquismo es protagonista. Feministas de la talla de Simone de Beauvoir, al analizar textos del Marques de Sade, han explicado como el masoquismo puede ser una manifestación de poder sobre el otro, y el sadismo de sumisión, contrario a lo aparente. El “revenge porn” promueve la violación al expropiar a la mujer de su cuerpo e intimidad, negar la importancia de su consentimiento y ser parte del “slut shaming” que ata la valía de un ser humano a su sexualidad y representando el placer y experiencia femeninos como defectos, taras que le inhabilitan de desarrollarse en otras facetas.
La vigencia de este debate se hace patente ante los eventos de las pasadas semanas. En Puerto Rico, recientemente tres mujeres han sido humilladas públicamente y revictimizadas luego por la prensa tras la publicación de fotos y videos eróticos, y la idea dominante ha sido que “se lo buscaron”. Muchos reportajes “periodísticos” buscaron “orientar” sobre cómo prevenir ser víctima de este tipo de crímenes, fijando una vez más la responsabilidad en las víctimas, quienes aparte del escarnio público al que han sido sometidas, han visto amenazadas sus fuentes de sustento.
Si estamos comprometidos con la equidad de los géneros, la prevención de la violación y los feminicidios, debemos ser cuidadosos para no caer en falsos moralismos opresivos, así como exigir medidas concretas que penalicen a quienes practican el “revenge porn” y ofrecer apoyo a sus víctimas, en vez de castigarlas con nuestro desprecio y/o silencio. Debemos retar abiertamente las falsas dicotomías de puta/santa que nos oprimen a todas por igual para practicar la solidaridad. Debemos como sociedad apostar por una transformación total de la sociedad, y aunque la educación es un pilar importante de ella, sin medidas concretas que viabilicen la vivencia de lo aprendido, sin escenarios listos para esos nuevos hombres y mujeres, la abolición de los géneros y el patriarcado será solo la consigna eterna y el desvarío teórico de unos cuantos soñadores y soñadoras.