| Publicado el 16 septiembre 2016
Este texto es la versión editada de la ponencia que se presentó en Utuado, en mayo pasado, en un foro – coloquio denominado “Independencia, alianzas y elecciones”. La actividad respondía al interés del comité del MST de Utuado por iniciar encuentros, discusiones y debates con distintos sectores de la izquierda de nuestra área. En este caso, con integrantes del PIP y del MINH.
Durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, las oportunidades históricas que hemos tenido como pueblo para alcanzar la independencia no han abundado. Coincidimos con aquellos que han visto en la década de 1930 un ambiente político, social y económico favorable para la organización y disposición para la lucha libertaria, pues ocurrió la gran crisis capitalista en la bolsa de valores de 1929; se recrudeció, si eso era posible, el empobrecimiento extremo del pueblo puertorriqueño; ya habían pasado los años de la esperanza ilusa de aquellos grupos que creyeron fervorosamente en que la llegada de los norteamericanos era el signo inequívoco de que las cosas iban a cambiar y mejorar para la gente del país, y se vivió el enfrentamiento contestatario de un sinnúmero de sectores de trabajadores en paros, huelgas y manifestaciones masivas.
En medio de todo ese bullir de nuestra sociedad de los años 30 surge el independentismo del Partido Nacionalista (PN) albizuista. El albizuismo nacionalista logró un ambiente efervescente muy propicio para aglutinar distintos sectores con la certidumbre de que la única alternativa capaz de transformar la situación asombrosamente penosa del pueblo era la independencia. Principalmente en esos primeros dos o tres años a partir del ascenso de Albizu a la presidencia del PN, y gracias a todo el trabajo, pueblo a pueblo, con la prédica de la libertad para Puerto Rico, de Albizu y un grupo increíble de jóvenes que lo acompañaba. El prestigio y el respeto alcanzados por Albizu y su gente era alentador y provocaba optimismo en cuanto a que podía seguir aumentando. Es decir, por un lado, la coyuntura era idónea, aunque terrible para quienes la sufrían, pues la situación de padecimiento del pueblo no podía ser más angustiante y explosiva, y ahí aparece este partido independentista con un líder carismático que tiene la capacidad de atraer a diversos sectores del país.
Sin embargo, las posibilidades de que el PN organizara, de que le diera coherencia y finalidad específica a la lucha se va desvaneciendo poco a poco. El PN no pudo o no supo aprovechar el fuerte llamado a la independencia que en esos años se produjo en el país. Aunque se han planteado históricamente algunas razones para ello, las más importantes parecen ser el debilitamiento que el PN se autoinfligió por su intolerancia, interna y externa, la arbitrariedad sistemática de sus decisiones y las expulsiones de líderes importantes. El segundo elemento que permite explicar o entender por qué el PN no alcanzó a arraigarse de una forma más profunda y abarcadora entre la mayoría puertorriqueña atribulada por la miseria, fue la creación por parte de Albizu de un programa político y económico independentista con el principal objetivo “de restaurar el poder social de las viejas clases de propietarios y volver a poner en sus manos las riquezas del país”. Albizu circunscribió la alternativa del independentismo como medio de privilegiar a unos sectores específicos y se olvidó de la mayoría del pueblo. Evidentemente, pretender adentrar en la lucha a los sectores masivos del pueblo, u obtener su simpatía o cercanía, cuando los intereses que se quieren imponer van en detrimento de esa inmensa masa, no hay duda, de que está destinada al fracaso.
Otro momento de nuestra historia en que la independencia pudo haber sido alternativa para el pueblo fue durante la crisis capitalista que comienza a fines de los 60 y se extiende durante la primera mitad de los 70. La situación crítica que le tocó vivir al pueblo puertorriqueño durante esos años tuvo su expresión más manifiesta en la gran cantidad de paros, huelgas, luchas obreras en sectores privados y públicos, incluso municipales y manifestaciones de diversa índole, como la defensa de los rescates de terrenos. La fuerza desplegada por los sectores conscientes de la necesidad de un cambio radical para Puerto Rico alcanzaba espacios de lucha cada vez más amplios.
En esta ocasión serían cuatro los hechos que apaciguaron esa corriente contestataria que en ese momento histórico les hizo creer a muchas personas que la lucha del pueblo era prácticamente una realidad encaminada a la victoria total y final del independentismo. Uno, el PIP se distancia del contenido de la consigna “Arriba los de abajo” que desarrolló en las elecciones de 1972, junto a todo el trabajo de base que se dio alrededor y como parte de los esfuerzos de un independentismo comprometido con las reivindicaciones e intereses del pueblo trabajador y pobre. Dos, luego de las elecciones de 1976 el PSP se inclina irreversiblemente en dirección a un independentismo trasnochado con ribetes de nacionalismo ahora romantizado y bastante ajeno a ese pueblo trabajador y a sus intereses, los que en un momento dado pareció defender. Tres, el retraimiento del sindicalismo y sus luchas por unos objetivos economicistas y una visión acomodaticia. Cuatro, el golpetazo final, la aparición en el país de los cupones de alimento, que tuvieron el efecto casi inmediato de socavar, de esfumar los conatos de agitación política y social causados por la fragilidad económica que padecía el sector más amplio de la población. De momento todo había vuelto al cauce apacible y normal de la colonia adormilada, feliz y satisfecha, que a nada aspiraba, solucionado ya su dilema “existencial”. La protesta, la lucha, la organización con miras a un cambio concreto en el país caen a finales de la década del 70 en una especie de latencia, que en algunos momentos creímos ver despertar, para dejarnos nuevamente expectantes.
Las generaciones anteriores desdichadamente no lograron nuestra independencia. Nos toca pues a esta generación alcanzarla, o, al menos, seguir aportando de forma firme y consistente para ver su realización lo más pronto posible. Pero las y los socialistas nos preguntamos: ¿independencia para qué, para quiénes? Aunque absurdas para algunos sectores, para nosotras y nosotros son preguntas totalmente pertinentes, realmente obligatorias. ¿Acaso no son países independientes México, Brazil, Grecia y Ghana? ¿Y no existen en estos países, y en los demás, una mayoría del pueblo sufriendo por décadas y siglos las vicisitudes propias de las y los desposeídos y vejados, en contraste con las y los que disfrutan de los privilegios del poder político, económico y social que brinda el capitalismo? ¿Independencia para que gente como los Fonalleda, los Carrión, los Ferrer sigan obteniendo las ganancias que les permiten vivir como decían en México, “a todo dar”, mientras los y las trabajadoras vivimos a expensas de un salario mísero, en unas condiciones de trabajo rayanas en la servidumbre y con unos servicios a la ciudadanía humillantes, lastimosos, cuando no inexistentes? NO.
Las y los socialistas del MST no abrigamos las expectativas de la lucha para que todo siga igual. Cambiar una colonia capitalista por una república capitalista no es la estrategia que nos mueve a la lucha. El MST aspira al fin de las clases sociales dentro y fuera de nuestras costas, por eso no vislumbramos a un Puerto Rico independiente manejado y manipulado por un grupo minoritario que solo vele por sus intereses y privilegios, tal y como sucede hoy día. Insisto, nuestra lucha va más allá de sustituir explotadores por explotadores. Queremos su extinción. No queremos una sociedad más justa, sino justa y equitativa. Socialista. ¿Hablar de independencia para Puerto Rico es sinónimo de democracia participativa para el pueblo, para los y las trabajadoras? ¿Hablamos de distribución equitativa de los bienes espirituales y materiales? ¿Estamos hablando de impedir que los intereses de una minoría prevalezcan sobre los de la mayoría? Porque de lo contrario, ¿no estaríamos usando al pueblo otra vez, para alegría y beneficio de los que controlen el capital y con él el poder político y social de ese Puerto Rico libre?
Históricamente el MST se ha colocado en la postura de no participar en las elecciones del país. Entre las razones que esbozamos están, que la supuesta democracia participativa está estructurada y adecuada para favorecer a los partidos de mayoría, que a su vez responden realmente a los intereses de la burguesía criolla y extranjera y no al pueblo; porque las votaciones cada cuatro años no han adelantado ni adelantan un ápice ni al socialismo ni a la independencia para Puerto Rico; porque es un ejercicio que no se presta para educar en el plano político crítico e impugnador al pueblo; porque no cambian en nada la precaria situación de la mayoría del país y porque la politiquería y la corrupción tienen un espacio más para cebarse. Por lo que si resumimos, no importa qué pase en las elecciones, el pueblo se apaña con la peor parte. Así ha sido hasta ahora.
Hay más. Ni en los mejores tiempos del independentismo hemos estado siquiera cerca de una victoria electoral. Y si consideramos las más recientes experiencias electorales, y de alianzas entre sectores de avanzada en lucha con grupos de clase media y pequeños burgueses, o que responden a ellos, en países de América del Sur (Ecuador, Argentina, Bolivia, e incluso Venezuela), corroboramos que el ejercicio electoral solo sirve para mantener el inmovilismo y la permanencia del sistema opresivo e injusto del estado burgués. A menos que, y esto es esencial, el esfuerzo electorero incluya, o esté respaldado por, toda una ingente gama de manifestaciones y movilizaciones del pueblo obrero y pobre, que por un lado vayan socavando la capacidad y el control represivo estatal, y por otro, sirva para ir organizando y politizando revolucionariamente cada vez más y profundamente a los sectores descontentos e insumisos. Las elecciones y las alianzas tienen que estar al servicio de procesos de lucha que, táctica y estratégicamente, estén encaminadas a alcanzar el fin de las clases sociales. De lo contrario, y ahí está la historia para comprobarlo una y otra vez, solo estaremos preservando el poder de los ahora privilegiados y explotadores de la mayoría, mientras esta sigue sometida y desposeída.
El análisis abarcador y concienzudo de las experiencias pertinentes a la lucha, propias y ajenas, deben hacernos plantear claramente el carácter y el concepto, el alcance y los objetivos precisos que se esperan alcanzar a través de las alianzas en los procesos de lucha y combate y/o participación en elecciones. Embarcarse en una o en otra partiendo sin rumbo político establecido y clarificado de antemano, ha probado ser contraproducente. Participar de alianzas o elecciones con grupos o clases con intereses contrarios al pueblo y a la clase trabajadora se ha constatado históricamente que tienden a dejar a estos en la estocada, atendiendo y respondiendo a lo que beneficia a aquellos. Llevar a cabo alianzas con las clases medias o pequeño burguesas cuando el motor impulsador de la lucha es meramente el económico, o lo momentáneo, sin un trasfondo político educativo revolucionario, ha probado ser insuficiente.
Para lograr el control democrático es necesaria una conciencia de clase, que la lucha que se materialice sea para la búsqueda de los intereses para una clase para sí misma, en nuestro caso, la clase trabajadora y los sectores populares. Y los elementos fundamentales de esa conciencia de clase son la educación política, al debate serio y continuo, la práctica democrática y la lucha sin tregua en la calle, en las fábricas, en las comunidades, a favor del ambiente y la equidad para la mujer y demás sectores marginados.