| Publicado el 30 marzo 2016
El pasado 22 de febrero de 2016 se cumplieron cinco años del fin del periodo de huelgas estudiantiles que estremeció la Universidad de Puerto Rico entre 2009 y 2011. Pero hablar de este periodo refiriéndose exclusivamente al movimiento estudiantil resulta una traición a la realidad del desarrollo de aquella situación política.
La lucha estudiantil en Puerto Rico (y otras partes) no se puede separar de su contexto más amplio, nacional e internacional. Una coyuntura debe ser comprendida a partir de todas las relaciones que la componen, no sólo de las condiciones que se nos presentan en la inmediatez de lo obvio. “Siempre han sido”, observaba Roberto Alejandro Rivera en la víspera de la huelga de 1981 “issues nacionales los que han acelerado la toma de conciencia y los que han contribuido a la agudización de la problemática universitaria” (Ver “Universidad y lucha estudiantil: apuntes críticos”, Pensamiento Crítico, año II Núm 19 [mayo-junio 1980], disponible aquí).
Roberto Alejandro no se equivocaba: la lucha estudiantil en 1981 fue sorprendente (se produjo un estallido sin precedentes luego de un largo periodo de relativa calma), pero sólo si no se toman en cuenta las condiciones políticas y económicas a nivel nacional – si no se considera, por ejemplo, la crisis económica de principio de los 1980s o el hecho de que durante la huelga estudiantil los trabajadores de la Autoridad de Energía Eléctrica también se lanzaron a la huelga, la segunda en un periodo de menos de cinco años. Observar claramente la coyuntura nacional es crucial para entender los desarrollos locales: lo que ocurre en la UPR es inseparable de lo que ocurre en Puerto Rico en general. Y lo que estaba ocurriendo a nivel nacional en 2009 era un proceso de profundización de la crisis sin precedentes.
En el año 2006, la crisis fiscal del gobierno colonial lo obligó a cerrar, precipitando eventos que presagiarían la característica principal de la próxima década: una década de luchas de clases. En marzo de ese año, comenzó la mal llamada “recesión”, que se ha prolongado hasta nuestros días. Dos años más tarde, Luis Fortuño Burset fue electo gobernador e inmediatamente se lanzó a un proyecto de reforma neoliberal mediante el “shock”. Se trata de una estrategia mediante la cual se utiliza una oportunidad crítica para forzar un proyecto de reformas capitalista a la trágala, haciéndolo todo a la vez y rápido para evitar que se logre cuajar una respuesta coherente. Todos conocemos las consecuencias: el despido de decenas de miles de empleados públicos, la suspensión de los derechos laborales y las medidas de austeridad despiadada. El gobernador llevó acabo este plan, su “medicina amarga”, mediante el uso estratégico de la excepción y la crisis: se declaró en Puerto Rico una “emergencia económica” (Ley 7 de 2009) – como si el gobierno estuviera respondiendo a un huracán ficticio. La ofensiva neoliberal, que en aquel momento el Movimiento Socialista de Trabajadores llamó la “embestida dictatorial del capital”, estaba diseñada supuestamente para “salvar el crédito de Puerto Rico” y hacer que su economía fuera “competitiva”. Demás está decir que, económicamente, esta estrategia fue un desastre, como resulta evidente si se observa la situación actual de agonía en la economía nacional.
Políticamente, la aprobación de la Ley 7 precipitó una confrontación inmediata. Las uniones del sector público se enfrentaban a su posible extinción. Incluso aquellas cuyos miembros no estaban amenazados con ser despedidos masivamente se vieron afectadas, ya que se suspendieron los derechos de negociación colectiva. Fue esta situación la que creó el contexto inmediato que explica el surgimiento del movimiento de masas en la Universidad que culminó en las huelgas.
Desafortunadamente, la relación entre lucha obrera y activismo estudiantil es directa, pero no contemporánea en un sentido concurrente: el movimiento estudiantil, que venía reconstituyéndose con fuerza a partir de las luchas en solidaridad con la huelga de maestros del 2008, cobró fuerza aceleradamente después de que el movimiento obrero había sido derrotado. El 15 de octubre de 2009 se dio la movilización obrera más grande de la historia reciente del país. Por un día, San Juan se paralizó completamente por el desborde de gente en las calles. Pero también se dio la derrota más dura que ha sufrido el movimiento obrero en mucho tiempo.
Pero eso sólo se podría ver claramente luego. A los ojos de cualquier estudiante de la UPR, el 15 de octubre parecía el mismísimo inicio de una revolución. Recuerdo claramente el sentimiento colectivo entre los estudiantes en aquellos días. Cualquier cosa parecía posible y nadie pensaba en sus problemas “en tanto estudiantes”: si algo iba a ocurrir, sería como parte de la lucha en contra del régimen neoliberal de Luis Fortuño Burset. Pero nada ocurriría, al menos no entonces. Durante la semana del 15 de octubre, el gobierno tomó una acción defensiva, ordenando el cierre preventivo del sistema UPR para evitar un escalamiento en la lucha. Así nos dieron una primera lección gratis al movimiento estudiantil: para luchar efectivamente, el movimiento necesita algo más que voluntad, requiere además una conexión viva y constante con la masa estudiantil – una conexión que no se puede presuponer que existe sino que hay que constituir y rehacer constantemente a lo largo de un proceso de lucha. El gobierno sabía esto y por eso cerró la Universidad, para sacarnos del terreno que nos permitiría articular una lucha contundente.
Fuera de la Universidad, quedó claro inmediatamente que el movimiento obrero en su conjunto no iba a llevar sus acciones al próximo nivel luego del paro nacional del 15 de octubre. Se hablaría mucho de huelgas generales o huelgas nacionales, pero no se haría nada que se le pareciera. La división interna del movimiento obrero jugó un papel importante y una de sus organizaciones más combativas, la Federación de Maestros, que había enfrentado solitariamente el embate neoliberal desde antes del gobierno de Fortuño Burset, se vería consumida en luchas internas que no le permitieron liderar efectivamente la construcción de una respuesta coherente a la nueva situación política y económica.
Ya debe quedar claro que lo que llamamos “movimiento estudiantil” fue parte de este proceso de profundización de la crisis y lucha nacional contra el neoliberalismo. Como dice la consigna, “desde adentro y desde afuera”: una ola masiva de indignación popular crecía en Puerto Rico. Sin embargo, los elevados niveles de furia contra el gobierno, aunque estaban generalizados por toda la sociedad, no se tradujeron en resistencia organizada de masas en casi ningún sitio. La excepción es la Universidad. Ahí, los estudiantes irían a casa para las Navidades conscientes de que la lucha tenía que continuar incluso si el movimiento obrero no lograba contra-atacar.
Según iba acabando el año 2009, la UPR vio una proliferación de las formas de organización estudiantil que constituyó una renovación, o incluso reconstrucción, completa del movimiento. Las formas en sí no eran necesariamente nuevas: copiaban, a su manera, y re-interpretaban formas de organizar y luchar aprendidas de la rica historia del movimiento estudiantil en Puerto Rico y a nivel internacional. Pasamos mucho tiempo leyendo y estudiando lo que había ocurrido en las experiencias previas de procesos de lucha estudiantil tanto en la UPR como en Chile, México, Francia o Canadá. Las lecciones de la huelga del 1981 eran uno de los temas más inspiradores entre el grupo de militantes, que ya iba creciendo lentamente, que se comenzó a organizar en más y más “comités de base”. Claro está, estos comités de base no se generaron de la nada, su desarrollo se debe en parte a la iniciativa de organizaciones políticas como la Unión de Juventudes Socialistas, la Organización Socialista Internacional y la Juventud 23 de Septiembre, así como de otros grupos de estudiantes con experiencias de luchas pasadas.
Así, surgieron, por mencionar sólo tres de estos comités, el Comité de Estudiantes en Defensa de la Educación Pública, divido entre varias facultades y comprometido con una visión de construcción organizativa estratégica a largo plazo; el Comité de Acción de la Facultad de Derecho, que inspiró la formación de “comités de acción” por todo el recinto (una estructura organizativa que tiene su origen en las luchas obrero-estudiantiles del Mayo de 1968 en Francia); y el Comité Contra la Homofobia y el Discrimen, que sería reconocido como parte del comité negociador de Río Piedras, enviando un mensaje claro de la amplitud política del movimiento, que siempre estuvo consciente de que lo “estudiantil” rebasa por mucho las paredes de los salones.
Ahora, la forma organizativa que más ha perdurado es el “pleno”, que encuentra sus orígenes contemporáneos en la huelga de 2005, aunque anteriormente existieron estructuras parecidas, como por ejemplo el plenario del Comité Contra el Alza durante la huelga de 1981. El pleno, como asamblea periódica de los estudiantes militantes más activos, adquirió una importancia central como el espacio primario de organización del día a día de la huelga, especialmente durante la segunda fase del proceso. Su composición y función no le daba el carácter de una coordinadora de organizaciones políticas, sino el de encuentro de activistas y simpatizantes de la lucha, de espacio amplio y relativamente abierto para discutir las acciones tomadas y asumir nuevas tareas. Los plenos, vale la pena indicar, se han seguido reuniendo de una forma u otra y bajo diversos nombres hasta el día de hoy: más de media década de vida a una estructura de lucha que, con sus contradicciones, ha resultado indispensable para mantener el movimiento.
Sin embargo, la forma de organización más impresionante, y con la historia más rica y aleccionadora, sigue siendo la asamblea general, esa reunión masiva de estudiantes que constituye una de las instituciones más democráticas de la sociedad puertorriqueña. Antes de la huelga, teníamos un temor cauteloso ante las asambleas: partíamos de la premisa, errónea, de que una vez una asamblea aprobara la huelga, habría que evitar volver a reunirla, ya que en asambleas subsiguientes los que pretendían desmovilizar encontrarían una oportunidad para acabar con la lucha. Durante la huelga nos dimos cuenta rápidamente que las asambleas dan vida al movimiento y que en ellas se confirma la observación de un cierto filósofo ruso de la práctica política: más democracia, más radicalidad.
En un sentido estricto, ninguno de estos grupos o formas de organizar eran “representativos”. No pretendían (a pesar de los deseos expresados por algunos de sus integrantes) representar los intereses del estudiantado como grupo, sino que adquirían legitimidad a partir de su carácter democrático-participativo, concentrándose en la acción. Esto es sobretodo cierto en el caso de los comités de base y el pleno, formas de organizar la lucha que no tienen recurso a ninguna legitimidad burocrática y que por lo tanto tienen que construir y reconstruir día a día su legitimidad ante el estudiantado a partir de su capacidad para luchar, no de su naturaleza.
En otras palabras, las formas de organización propias al movimiento estudiantil no se pueden entender como espacios donde se reúnen “delegados” del estudiantado, como si fueran una minoría de escogidos para luchar en nombre de todos. Ciertamente, las organizaciones del movimiento siempre se componen de los estudiantes más interesados en actuar, gente que quiere luchar y asestarle un golpe al gobierno en respuesta al sufrimiento que le causa al pueblo. En el caso del proceso de lucha estudiantil en torno al año 2010, estas personas, que siempre constituyen una minoría al inicio, se convertirían en compañeros y compañeras y, más tarde, se les unirían cientos más para ser, todos juntos, huelguistas.
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foto destacada: IndymediaPR