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BREL1| Publicado el 30 marzo 2010
El debate sobre la inmigración siempre ha sido uno polarizado. Los defensores de los trabajadores inmigrantes alegamos que inmigrantes son parte integral de nuestra economía. Sus detractores los tildan de invasores, vagos y criminales. Sus defensores sabemos que son merecedores de los derechos básicos: agua, comida, vivienda y servicios de salud. Sus detractores alegan que proveerles dichos servicios es promover su entrada ilegal e imponerle una carga al contribuyente. Mientras sus detractores los ven como meros estorbos, se refieren a ellos con términos racistas y xenofóbicos y han llegado a proferir contra ellos ataques, tanto sicológicos como físicos, sus defensores sabemos que son seres humanos a quienes la crisis económica mundial y los distintos conflictos bélicos han obligado a emigrar.
Emigrar es difícil para cualquier persona. Significa dejar atrás su familia, sus amigos, país natal, para ir a lo desconocido y enfrentar todo tipo de vejaciones y necesidades. Las mujeres inmigrantes no sólo sufren las mismas problemáticas que sufren los hombres, largas jornadas de trabajo por una paga miserable y constante persecución, sino que enfrentan otras dificultades motivadas por el discrimen por razón de género. Las mujeres inmigrantes comienzan a ser víctimas de violencia desde que comienzan su travesía hacia el “otro lado”. Todos hemos escuchado las historias de terror de nuestras hermanas dominicanas. Muchas han sido violadas en el camino hacia Puerto Rico lanzadas al mar al caer en menstruación.
Unas vez alcanzan su destino no termina su odisea. Muchas mujeres son mantenidas trabajando en condiciones cercanas a la esclavitud con la excusa de que le deben dinero a quienes las ayudaron a entrar al país. Otras, con más suerte, logran incorporarse al mercado subterráneo de trabajo. En estos trabajos se enfrentan a uno de los máximos enemigos de la mujer trabajadora, el acoso sexual. Además del miedo que enfrenta cualquier víctima de acoso a perder su empleo o a ser estigmatizda, la trabajadora inmigrante enfrenta el miedo a ser denunciada por su patrono. Igualmente, muchas tienen que tolerar la violencia de sus parejas o ex parejas, quienes, conociendo su miedo a ser deportadas, les roban el dinero ganado en sus trabajos, las mantienen como esclavas y abusan física y psicológicamente de ellas. De ser maltratadas físicamente o simplemente enfermarse, muchas no visitan doctores ni hospitales por miedo a ser denunciadas, por que su estatus legal le impide tener un plan médico o porque no poseen los recursos suficientes para pagar los servicios médicos. Estas valientes mujeres toleran estas condiciones de vida, por que en su mayoría, tienen una familia en su país natal que depende de ellas o, porque de regresar les esperan peores condiciones de vida de las que aquí toleran.
La intolerancia hacia los inmigrantes demuestra una de dos cosas, ignorancia o indiferencia. Como socialistas no podemos tolerar ninguna de las dos. No solo debemos conocer los problemas que enfrentan las mujeres inmigrantes, sino que debemos conocer sus raíces. El racismo, el machismo, la explotación y el capitalismo son las causas de las pobres condiciones de vida de estas mujeres. Es hora de decir basta ya, erradicar las barreras que impiden a estas mujeres alcanzar una calidad de vida digna de todo ser humano y luchar por una sociedad socialista donde todos y todas vivamos con dignidad.