60 años del asesinato de León Trotsky

| Publicado el 29 octubre 2000

Rafael Bernabe

Hace pocas semanas se cumplieron sesenta años del asesinato de León Trotski, una de las figuras más brillantes del siglo XX, y una de las más calumniadas: líder del Soviet de 1905, organizador de la revolución de octubre y del Ejército Rojo, luchador contra el proceso de burocratización en la URSS. Marxista comprometido con el diálogo incesante entre reflexión y práctica, Trotski fue autor de decenas de artículos, de análisis estratégicos, de clásicos de la literatura revolucionaria, entre los cuales cabe destacar su Historia de la Revolución Rusa. Conocedor de que la revolución no se limita a un cambio económico, sus textos tocan temas tan diversos como la literatura y el vestido, los modales y la situación de la mujer, el derecho al aborto y la situación de los jóvenes. Internacionalista consecuente, exilado buena parte de su vida, escribió con agudeza sobre la realidad de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, España, China, además de Rusia. El mundo ha cambiado mucho desde 1940: sería absurdo pensar que Trotski es suficiente para entender nuestras miserias posmodernas. Sería aún más rid?culo olvidar que no deja de ser, en muchos sentidos, indispensable.
Veamos tres temas planteados en su obra:
-la noción del desarrollo desigual y combinado. Contra toda concepción esquemática, Trotski insistirá que los países atrasados, subdesarrollados y coloniales (como Puerto Rico) no repiten en su ruta a la modernidad las etapas vividas por los más adelantados: la historia de India no será una repetición de la británica, precisamente porque evoluciona bajo la presión del imperialismo británico. Es decir: si bien el capitalismo tiende a crear una economía mundial (hoy se diría: “globalización”), esa unidad, lejos de crear un mundo homogéneo, implica una totalidad marcada por tensiones y polarizaciones. En los países del llamado Tercer Mundo se combinan, por tanto, el atraso y el progreso, la técnica industrial con relaciones sociales arcaicas. No se pueden entender esas realidades con las categorías del desarrollo europeo. Prescindir de esas categorías es igualmente un error. Lo que se necesita es un marxismo creativo, capaz de abarcar las realidades inéditas del mundo subdesarrollado.
Un vistazo al capitalismo actual, que alambra, cada vez más estrechamente, a una sociedad global desgarrada por infinidad de enfrentamientos, globalización que genera a cada paso las más híbridas e inesperadas combinaciones culturales y políticas, es la mejor muestra de la vigencia de la mirada que Trotski contribuyó a inaugurar.
-la dinámica de la revolución permanente. En Europa occidental y Estados Unidos, países pioneros en la evolución del capitalismo, la burguesía había logrado rehacer el sistema político y social (creando regímenes democrático-constitucionales, consolidando estados nacionales, aboliendo formas de subordinación precapitalistas). En los países subdesarrollados (América Latina, Asia, Africa), esas clases, sometidas a la presión de sus hermanas mayores, que ya dominaban la economía mundial, exhibían desde el principio un raquitismo que las descalificaba como agentes revolucionarios.
Así desde 1905 Trotski afirma que el liberalismo ruso sería incapaz de enfrentarse consecuentemente a la monarquía. De igual forma afirmaría a partir de 1926-27 que las burguesías coloniales y semi-coloniales serían incapaces de enfrentarse al imperialismo. Sus lazos con el capital extranjero, su miedo a la revolución campesina y al movimiento obrero, se lo impedían. Era otra forma de constatar que los países atrasados no repiten la evolución de los avanzados. Esto no implicaba que las luchas anti-coloniales, de los campesinos, o de los pueblos por la democracia perdieran vigencia: implicaba que esas luchas tan sólo alcanzarían sus objetivos en la medida que encontraran en la clase obrera a una nueva fuerza política independiente dispuesta a recoger sus reivindicaciones. En ese caso, la clase obrera no se limitaría a dar la tierra a los campesinos, a derrocar la monarquía o los poderes coloniales, sino que se apoderaría también de las fábricas, de los talleres, los muelles, de los ferrocarriles. La revolución democrática, la revolución campesina, la revolución anti-colonial se convertiría de esa forma en revolución anti-capitalista.
Así, desde 1905 Trotski formula la idea de que la revolución socialista puede triunfar primero en los países menos desarrollados, en países en que la clase obrera no constituía una mayoría. El curso de las revoluciones anti-capitalistas en el siglo XX confirmaría la perspectiva formulada por Trotski. Rusia, Yugoslavia, China, Vietnam, Cuba: las revoluciones socialistas en el siglo XX surgieron sin excepción en países atrasados, subdesarrollados y coloniales y combinaron en su evolución dinámicas anti-coloniales, anti-imperialistas y anti-capitalistas. A la idea de que ello rompe con las predicciones de Marx cabe responder que desde 1905 un marxista ya había anticipado este aspecto crucial de lo que sería el tormentoso siglo XX. De igual forma, las revoluciones que no avanzaron hasta la abolición del capitalismo acabaron por sufrir la derrota de sus aspiraciones anti-imperialistas, nacionales y democráticas (México, Bolivia, Guatemala, Argelia, para dar tres ejemplos).
-internacionalismo consecuente. Trotski insiste, sin embargo, en la tesis clásica de Marx: el socialismo parte del desarrollo material generado por el capitalismo. Tan sólo ello permite satisfacer las necesidades básicas y a la vez reducir la jornada laboral, así como la distancia entre los que dirigen y los dirigidos, entre el trabajo manual y el intelectual e incorporar, por tanto, a todos y todas, al trabajo de administrar, de decidir, de gobernar.
Para Trotski, si bien es posible que la revolución triunfe primero en países subdesarrollados, no es menos cierto que el socialismo no deja de ser un proyecto mundial, que cada revolución no es más que un cap?tulo en esa compleja lucha internacional y que el destino de cada revolución esta vinculado a los avances o derrotas del resto de los pueblos del mundo. La solidaridad, la visión de conjunto de la política mundial, la organización internacional del movimiento popular y anti-capitalista no es una tarea subsidiaria, sino un aspecto esencial de la lucha en cada país. En Seattle, en la creciente conciencia de la necesidad de redes globalizadas de resistencia como único medio de enfrentar la globalizaci?n capitalista resuena el espíritu internacionalista del marxismo de Trotski.
-la defensa de la democracia obrera. A partir de 1923-24 Trotski constata una realidad preocupante: la democracia obrera, democracia de consejos obreros (electos en las fábricas y talleres) agoniza: el sector dirigente de la revolución se convierte en burocracia que monopoliza decisiones, que reprime toda oposición, que amenaza con consolidarse como nueva jerarquía autoritaria y privilegiada. Trotski no se limita a denunciar y organizar la lucha por la democracia socialista, sino que, como marxista, analiza a fondo las condiciones que permitieron el surgimiento de la dictadura stalinista, así como su relación contradictoria con la economía y la sociedad surgidas de la revolución de 1917. Como enemigo de la burocracia y como internacionalista, Trotski criticará la noción del “socialismo en un solo país”, que entre otras cosas implicaba subordinar el movimiento obrero mundial a las necesidades diplomáticas de la URSS (o más bien, de su liderarato). De igual forma insistiría que la burocracia a la larga llevaría al desprestigio del socialismo, a la neutralización de las ventajas que implica una economía planificada y a la eventual restauración del capitalismo. Tal desenlace tan sólo podría evitarse a través de la restauración de la democracia obrera en la URSS. El curso de de la dictadura stalinista en la URSS durante el siglo XX confirma dramáticamente la advertencia que Trotski formuló desde la década del veinte: luchar por el socialismo en este siglo no sólo implica luchar contra el capitalismo y el imperialismo, sino también contra la burocracia surgida en la sociedades post-capitalistas.
Lo que más atrae de la obra de Trotski es su disposición a enfrentar el mundo en toda su complejidad: así insistió en la necesidad apoyar la lucha anti-colonial y de elaborar a la vez una perspectiva internacionalista crítica de todo nacionalismo; de defender a la URSS contra la restauración capitalista y de a la vez luchar contra la burocracia estalinista; de proponer a todas la fuerzas democráticas, anti-imperialistas, anti-coloniales la más amplia acción conjunta contra el enemigo común y de a la vez garantizar la independencia política del movimiento obrero.
Luchador y pensador anti-capitalista y anti-burocrático, estudioso de las contradicciones universales de la civilización capitalista y de las coyunturas concretas de diversos países: la obra de Trotski esta repleta de tesoros para el que se tome la molestia de estudiarla. Ojala que está cercano el futuro en que se convierta en olvidada pieza de museo, porque ya hayan desaparecido las formas de opresión que Trotski analizó y combatió tan brillantemente. El sería el primero en alegrarse.