| Publicado el 3 marzo 2020
La guerra es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente.
-León Gieco
Combate es una serie norteamericana de los años 1960 donde unos soldados estadounidenses se batían contra los alemanes en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus capítulos desarrolla el tema del esfuerzo de las tropas para tomar una colina por órdenes del alto mando. Fueron cientos los heridos y muertos en la intentona. Cuando al final logran la victoria y el oficial a cargo lo notifica a sus superiores, estos le indican que ya no tiene importancia, que esa colina no les sirve y le dan nuevas directrices para tomar otra. El capítulo termina con la expresión del oficial que manifiesta lo deshumanizante de la guerra y su sinsentido.
Recordé esto al iniciar la reseña de 1917, que compitió por un Oscar por mejor película de 2019. Este filme entra en la categoría de películas de guerra antibélicas. Desde Yo acuso de (1917), pasando por Sin novedad en el frente (1930), Senderos de gloria (1957) y Platoon (1986), hay una numerosa lista de malas, regulares y excelentes películas que realizan una crítica explícita y contundente de lo que son los espantos de las guerras.
La guerra como marco se presta para películas o series de diversa índole. Algunos filmes de guerra han servido como instrumentos de propaganda y de exaltación nacionalista, para explorar sentimientos, emociones y los principios que gobiernan las decisiones del ser humano, para trabajar temas como la valentía y la cobardía, la camaradería en tiempos de guerra, el egoísmo y la capacidad de sacrificio, la actitud ante la guerra misma, y la vida y la muerte. En realidad, las circunstancias extremas de las guerras, repletas de tensiones, ansiedades y temores, permiten explorar y desarrollar prácticamente cualquier tema.
La trama de 1917 es sencilla. Dos soldados británicos durante la Primera Guerra Mundial, Blake y Schofield, deben cruzar las líneas enemigas para avisarle el coronel Mackenzie que sus tropas caerán en una trampa, y morirán 1,600 hombres si se lanzan al combate. El rechazo a la guerra, en 1917, queda expuesto desde la primera escena por el cansancio que reflejan y el hambre de la que se quejan los protagonistas de la historia. Sin embargo, será el camino que recorrerán el que nos mostrará la cara siempre fea e inaceptable de la guerra.
Blake y Schofield tendrán que moverse a través de trincheras que asemejan madrigueras, con soldados ansiosos y asustados resguardándose del frío y de las siempre posibles metrallas y bombas enemigas. O a la espera de la orden que los lance al campo de batalla a enfrentar la muerte. Elocuente es la breve aparición del teniente Leslie, para indicarles la dirección a seguir, con una andanada de señalamientos y comentarios repletos de cinismo y un humor corrosivo que intenta utilizar como antídoto ante la desesperanza y el hastío de la guerra. Los protagonistas tienen que compartir sus lugares de refugio y defensa con los cadáveres en descomposición de amigos y enemigos. Deben sortear un dique formado por los cadáveres de la población de una comunidad arrasada. Los colma la ansiedad y el desasosiego ante cada paso al frente que tienen que dar sin conocer lo que les espera, pero sin otra opción que seguir.
Los muchachos completan su misión, mas eso no implica un final feliz para la historia o para los personajes. No tenemos un desenlace triunfalista ni heroico. Schofield solo quiere volver a casa y dejar la guerra atrás, si fuera posible. Completar su misión ha resultado ser una victoria de escasa significación. El coronel Mckenzie le hace claro a Schofield que su proeza ha evitado ese día la muerte de 1,600 soldados, no obstante lo que ha hecho es aplazarlas: “Solo hay una manera en que esta guerra terminará: con el último hombre de pie”.
1917 es una buena película. De esas que prefiere usar el arte cinematográfico para darle espacio a una denuncia inaplazable. Es de esas películas que revierte concienzudamente uno de los medios de masas que de manera sistemática banaliza lo importante o expone como fundamental lo insustancial. Aun así, este tipo de películas – con contenido, con una denuncia válida y artísticamente lograda – deja un regusto insípido. Es como si algo vital le faltara, como si la acusación se quedara a medias. ¿Por qué se inició esta guerra? ¿Por qué surgen todas las guerras?
Ni 1917 ni otras películas antibelicistas pretenden contestar estas ni un sinfín de interrogantes al respecto. Parten de la noción de que conociendo de sus atrocidades y horripilante realidad, las guerras serán execrables para la mayoría de la sociedad y que esta, unida y al unísono, reclamaría por su fin. Pero conocer los horrores de las guerras no las han impedido. No las impedirán. No basta con eso. Aquí entran en consideración las verdaderas fuerzas con la capacidad de vetar o iniciar una guerra: las económicas.
Las fuerzas económicas que interceden a favor de, y allanan el camino a, las aparatosas guerras son inconmensurables: la industria de armamentos; la banca, que se regocija prestando para la compra-vente de armas de todos los bandos y, luego, otros empréstitos para la reconstrucción de los países destrozados; las compañías que reconstruirán la devastación (seleccionadas antes de que se lance la primera bomba); las industrias que alimentan y visten a las tropas; los sectores que terminan apoderándose de las tierras, del petróleo, el gas, las minas, los mercados, las rutas de acceso y control. En fin, esos cuantos que ostentan las riquezas y el poder haciendo lo necesario –gestando, justificando y legitimando las repulsivas guerras- para aumentar esas riquezas y ese poder. Las guerras muestran una y otra y otra vez, fielmente, al capitalismo en su máxima expresión.
Estas películas, con las que con su buena intención tanto nos identificamos, pareciera que solo sirvieran como purga purificadora personal o catarsis. Nos permiten disfrutar de un discurso con el que coincidimos, de una narración que nos presenta las aberraciones que repudiamos de las guerras, pero que se agotan en sí mismas. Pudiéramos preguntarnos, para terminar, si lo más que consiguen es la contemplación satisfecha y la conciencia tranquila por compartir la denuncia y participar de la indignación inevitable ante lo que presenciamos, sin que eso implique un cuestionamiento sobre sus verdaderas causas, ni la obligatoriedad de visibilizar esas causas, ni organizarse y enfrentarlas para terminar con las guerras.